miércoles, 15 de noviembre de 2017

SAN ALBERTO MAGNO, OBISPO, CONFESOR Y DOCTOR (MAESTRO Y AMIGO DE SANTO TOMÁS DE AQUINO)

Vosotros sois el cuerpo de Cristo y miembros unos de otros”. (1 Corintios 12, 27)

San Alberto Magno
   
La historia le llama Magno y Mago. Con ello justiprecia sus méritos y hace a la vez un juego malabar. Es preciso distinguir el ocultismo y el conocimiento de lo oculto. Alberto fue muy grande en muchas cosas, entre ellas en el espíritu de observación. Por él llegó a saber mucho que en su tiempo se desconocía. Conoció las propiedades de los cuerpos y las fuerzas de la naturaleza, fue físico, químico, geógrafo, astrónomo, naturalista. Y teólogo, naturalmente. No supo nada de esto por malas artes. Lo aprendió noblemente. Leyó libros de magia, pero no para aprender sus artes, sino, como él mismo dice, “para no ser tentado por sus procedimientos, que juzgo inválidos e inadmisibles”. Los sensatos y los sabios le llaman Magno. Los insensatos y los ignorantes siguen llamándole todavía Mago. Con este nombre le dedicaron una plaza en París, en el lugar mismo que llenaban sus alumnos cuando no cabían para oírle en las aulas de la Universidad.
 
Nació el año 1206 en Lauingen, ciudad de la Suevia bávara, asentada a las orillas del Danubio. Su familia era militar; tenía una historia gastada al servicio del emperador y un castillo a dos millas de la ciudad. En él pasó Alberto los primeros años de la infancia. Luego, en la escuela de la catedral, empezó a aprender las letras y afianzó su corazón en la piedad.
 
Pero la vida del joven necesitaba más horizonte. No le llamaba la milicia. Le atraía la observación de la naturaleza, y por eso se dirigió a Padua, en cuya Universidad a la sazón se aprendían especialmente las artes liberales del Trívium y del Quatrívium. Sin embargo, la ciencia sola no le convenció nunca. Tampoco quería ser sólo santo. Le atraían las dos cosas. Por eso frecuentaba la iglesia de unos frailes de reciente fundación. Se decía que habían roto los moldes del monaquismo tradicional y que acompasaban la institución monástica con las necesidades culturales y apostólicas de la época. El fundador era un español, Domingo de Guzmán, quien quiso que sus religiosos fueran predicadores y doctores. Acababa de morir, dejando la institución en manos de un compatriota de Alberto, Jordán de Sajonia. Dios había dado a Jordán un tacto especial para tratar y convencer a gentes de universidad. Más de mil vistieron el hábito durante su gobierno, salidos de los claustros universitarios de Nápoles, de Bolonia, de Padua, de París, de Oxford y de Colonia. Y no era infrecuente el caso en que, al frente de los estudiantes y capitaneando el grupo, lo vistiera también algún renombrado profesor.
  
Alberto cayó en sus redes. Un sueño en el que la Virgen le invitaba a hacerse religioso y el hecho de que Jordán le adivinara las indecisiones que le atormentaban, le indujeron a dar el paso. Con ello no abandonó los estudios de la Universidad. Domingo quería sabios a sus frailes; sólo que a la sabiduría clásica debían añadir el conocimiento profundo de las verdades reveladas. El joven novicio dedicó cinco años a la formación que le daban los nuevos maestros, y el Chronicón de Helsford resume su vida .de estos años diciendo que era “humilde, puro, afable, estudioso y muy entregado a Dios”. La Leyenda de Rodolfo lo describe como
“un alumno piadoso, que en breve tiempo llegó a superar de tal modo a sus compañeros y alcanzó con tal facilidad la meta de todos los conocimientos, que sus condiscípulos y sus maestros le llamaban el filósofo”.
  
Terminados los estudios empiezan la docencia y la carrera de escritor, menesteres en que consumiría su vida, salvo dos paréntesis administrativos, uno al frente de la provincia dominicana de Germania, y otro, ya obispo, al frente de la diócesis de Ratisbona. Su vida docente empezó en Colonia. Después pasó a regentar cátedra en Hildesheim, en Friburgo, en Estrasburgo, de nuevo en Colonia y en París. Simultaneó la labor de cátedra con la de escritor y comentó los libros de Aristóteles, los del Maestro de las Sentencias (Pedro Lombardo) y la Sagrada Escritura. Pedro de Prusia escribió este elogio de la obra de Alberto:
“Cunctis luxísti,
scriptis præclárus fuísti,
mundo luxísti,
quia totum scíbile scisti”.
(Ilustraste a todos;
fuiste preclaro por tus escritos;
iluminaste al mundo
al escribir de todo cuanto se podía saber).
 
Para desarrollar su labor docente y escrita le había dotado Dios de un fino espíritu de observación. Estudió las propiedades de los minerales y de las hierbas, montando en su convento lo que hoy llamaríamos un laboratorio de química. Estudió también las costumbres de los animales y las leyes de la naturaleza y del universo. Movilizó un equipo de ayudantes, hizo con ellos excursiones audaces y peligrosas a lugares difíciles, viajó mucho, gastando lo que pudo y más de lo que pudo, todo con el fin de robar sus secretos a la obra de la creación.
 
A la observación añadió la habilidad, y al laboratorio conventual de química sumó lo que llamaríamos gabinete de física y taller mecánico. Dice la leyenda que construyó una cabeza parlante, destruida a golpes por su discípulo Tomás de Aquino al creerla obra del demonio. La anécdota, que no es histórica, ilustra el espíritu positivo y práctico del Santo, que sí lo es. Por todo ello entre los elementos formadores del carácter alemán, sentimental, artista, práctico y exacto, cuenta Ozanam a los Nibelungos, al Parsifal, a la obra poética de Gualter de Vogelweide y a las obras de San Alberto Magno.
 
Su labor no terminó con el estudio de las criaturas. Además de naturalista era teólogo y santo. Precisamente para serlo se decidió en Padua a simultanear la Escritura con el Trívium y el Quatrívium y a frecuentar a la vez la Universidad y el convento de dominicos. No es extraño, pues, que, cuando se puso a escribir sus veinte volúmenes en folio, lo hiciera señalándose a sí mismo una meta clara: “Et intentiónem nostram in sciéntiis divínis finiémus” (Terminaremos todos hablando de las cosas de Dios). Y así, a la Summa de creatúris siguieron los Comentarios a las Sentencias, los Comentarios a la Biblia y una serie de opúsculos de muy subida espiritualidad. Nada tenía interés para él si no terminaba en Dios. De estudiante lo vimos ya piadoso y sobrenaturalizador de su vida estudiantil. Tomás de Cantimprano describe así su vida de maestro:
“Lo ví con mis ojos durante mucho tiempo, y observé cómo diariamente, terminada la cátedra, decía el Salterio de David y se entregaba con mucha dedicación a contemplar lo divino y a meditar”.

Predicación de San Alberto Magno
  
Se dijo más arriba que su paso por la vida no fue sólo el de un maestro y un escritor, fue también el de un gobernante. Metido en la barahúnda de la administración, se distinguió como árbitro, como pacificador, como reformador. Acaeció su muerte el 15 de noviembre de 1280, cuando tenía setenta y cuatro años. Le precedieron unos meses de obnubilación, como si esto fuera privilegio de los genios. También la sufrieron Tomás de Aquino, Newton y Galileo. En realidad la ciencia de aquí era nada para el conocimiento que con la muerte le iba a sobrevenir en la contemplación de Dios.
  
Quedan aquí señalados algunos de sus muchos merecimientos. Recordaremos otro singular. Alberto descubrió a Tomás de Aquino entre sus muchos alumnos de Colonia. Lo formó con mimo y con amor, porque adivinó las inmensas posibilidades de este napolitano. Luego influyó para que, joven aún, ocupara en París la cátedra más alta de la cristiandad. El Doctor Angélico murió antes que él. Algunos doctores parisinos quisieron proscribir sus doctrinas, y era preciso defenderlas. El Santo, ya viejo, cubre a pie las largas etapas que separan Colonia de París para defender a su discípulo. Su intervención fue eficaz y decisiva. La Iglesia y el mundo, que le deben mucho por lo que fue y por lo que hizo, le son deudores también en gran parte de lo que fue y de lo que hizo Santo Tomás.
  
EMILIO SAURAS, OP
   
MEDITACIÓN SOBRE LA VIDA ACTIVA Y SOBRE LA VIDA CONTEMPLATIVA
I. Todos los fieles componen un cuerpo cuya cabeza es Jesucristo; es menester, pues, que los miembros tengan oficios diferentes. ¡Cuán dulce es no tener comercio con las creaturas y conversar sólo con Dios! Es hacer en la tierra lo que los Ángeles y los santos hacen en el cielo. Si nuestra alma no busca ni ama sino a su Creador, en quien encuentra encantos infinitos, las creaturas no ejercen ya atractivo sobre ella. Señor, atraed mi alma a Vos, desembarazadme de tantos inútiles cuidados que me impiden platicar con Vos.
 
II. La caridad, la obediencia y tu posición no te permiten llevar una vida puramente contemplativa con Magdalena, es preciso vivir una vida activa con Marta. Tienes más ocasiones de caer en los lazos del demonio, manténte, pues, en guardia. No imites a los malos con los cuales vives; conviértelos si puedes. Entre las creaturas, conserva la unión de tu corazón con Dios. Realiza, a imitación de los santos, obras de misericordia; alivia a tu prójimo por amor a Jesucristo, considéralo en la persona de aquéllos con quienes estás en relación; entonces les prestarás todos los buenos oficios, sin esfuerzo y sin peligro para ti; las creaturas elevarán tu corazón a Dios.
 
III. Une los ejercicios de la vida contemplativa con las ocupaciones de la vida activa, de modo que la una no impida a la otra. Cumple todos los deberes de cortesía y de caridad que los compromisos del mundo te imponen, Dios lo quiere; pero evita todas las conversaciones inútiles, y administra tu tiempo de manera que te quede el suficiente para conversar con Dios. Es la vida que Jesucristo llevó en la tierra. ¡ Ay! ¿qué hacen los cristianos? ¡Dan a los negocios del mundo todas las horas del día, y no reservan ni un momento para pensar en Dios y en su salvación! “Nos traicionamos a nosotros mismos entregándonos por entero a lo que no puede seguirnos a la otra vida”. (San Juan Crisóstomo).

La práctica de las buenas obras. Orad por los profesores de teología.
 
ORACIÓN
Oh Dios, que hicisteis grande al bienaventurado Alberto, vuestro pontífice y doctor, en la sumisión de la sabiduría humana a la fe divina, concedednos que nos adhiramos a su enseñanza y gocemos así en el cielo de la luz perfecta. Por J. C. N. S. Amén

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