lunes, 2 de mayo de 2016

DE VATILEAKS A VATICLASH

Traducción del artículo escrito en Italiano por Piero Schiavazzi para L'HUFFINGTON POST (Imagen cortesía de nuestro becario artístico)

DE VATILEAKS A VATICLASH: DE LA GUERRA DE DOCUMENTOS A LA GUERRA DE COMUNICADOS
  
   
Érase una vez Vatileaks, o sea, la guerra de los documentos. Neologismo fortunato, acuñado por el “Padre” Federico Lombardi y consignado en la posteridad para describir, y circunscribir, el período de las guerras intestinas vaticanas, polémico por culpa de archivos y cartas filtradas, que llevaron a la dimisión de un “Papa” y a un proceso sin precedentes, con la imputación de dos periodistas. Un conflicto en que las estrellas permanecieron en el fondo y emergieron los actores secundarios, entre diligentes mayordomos, redivivas Mata Hari y monseñores de asalto, en anfibios y todos camuflados.
  
Y es hoy el Vaticlash: la guerra de comunicados. Un auténtico “Clash of the Titans”, esto es, una confrontación épica entre titanes, que ocupan el escenario, batallan y polemizan, se “confiesan” públicamente, en el año de la misericordia. Como decir, de House of Cards a Game of Thrones. De las intrigas tras bambalinas a los duelos a campo abierto, bajo los ojos de los media internacionales, que sobre la estela del Financial Times se alertan y suponen un sabotaje de las reformas. 
 
En la contienda están dos instituciones, la Secretaría de Estado, hasta ayer cabina de comando, solitaria y solipsista, de la curia romana, y la Secretaría para la Economía, el superdicasterio nuevo de moneda creado por Francisco y confiado al australiano George Pell, purpurado representante, el cual ama definirse, “manager of the Holy See”, apunto, anglicizando el lenguaje eclesiastico y aggiornando el paisaje político mediante una nueva apariencia de hecho institucional: después de dividida la empresa, la Iglesia holding, normalizada y modernizada según los más avanzados estándares de Wall Street. 
 
En cuanto al casus belli, este alberga notoriamente entre las líneas de un contrato por tres millones de euros estipulado en diciembre con PricewaterhouseCoopers, coloso mundial de la revisión contable, encargándola de someter a filtrado los balances financieros de 120 entes vaticanos e invitando a estos últimos a abrir puertas y ventanas, cajones y cajas fuertes. Las circulares que Pell ha diramato en tal aspecto, a finales de febrero, están todavía bloqueadas, a inicio de abril, por una perentoria contraorden del cardenal Parolin y de su segundo Angelo Becciu, los cuales han bruscamente, si bien provisoriamente, suspendida la actividad de auditoría. 
 
Enseguida, un fuego cruzado de reacciones y declaraciones. Por una parte el Sustituto de la Secretaría de Estado, que en la cadena televisiva de la Conferencia Episcopal Italiana tranquiliza sobre la voluntad de transparencia y reconoce vicios procedimentales, con alusión a algunas cláusulas del contrato y a la firma de Pell, propuesta impropiamente sobre el documento, no representando “el organismo pertinente”. Por el otro, el comunicado del superministro, que a breve vuelta desestima las objeciones y confirma la regularidad del acto, suscrito in primis por el Comité de Auditoría del Consejo para la Economía, el “parlamentito” de quince miembros presidido por el colega alemán Reinhard Marx. Hasta en la intervención de la Sala de Prensa, en traje de bomberos, que ha tratado de controlar el incendio, confirmando el stop pero buscando no herir las susceptibilidades personales, para no caer posteriormente en la querella. 
 
Contextualmente al conflicto institucional, sin precedentes, va evidenciada la tensión, espectacular, que ha visto protagonistas dos elementos “conocidos”, George Pell y Angelo Becciu, número tres de la jerarquía vaticana, en el rol hecho célebre por los caballos de raza de las escuderías brescianas, Giovanni Battista Montini y Giovanni Battista Re. Una confrontación en que la diferencia de altura y proporción física – Pell es casi el doble de Becciu– no debe mover a engaño, porque estatura y peso político en cambio se igualan bajo el “príncipe de la Iglesia” originario de Ballarat, tierra de mineros, cien mil almas a cien kilómetros de Melbourne, hijo de un boxeador campeón de peso máximo, y el nuncio apostólico nativo de Pattada, ciudad montañosa de Sassari, conocida por la fabricación de navajas y el temple de sus citadinos, que el Dizionario degli Stati del Re di Sardegna, del 1856, los define como “prontos en obra, delicados en cuanto al honor, impetuosos, perspicaces…”
  
Así que mientras “las instancias competentes” reflexionan sobre el “significado y alcance de algunas cláusulas”, los observadores, imitando el mismo binomio, profundizan antes el “significado” y la “magnitud” de una crisis que va más allá del contrato con PwC y coloca el pacto mismo del conclave 2013. Una crisis, vale decir, que en otro lugar, en términos científicos, vendría clasificada sin dudar con al menos tres atributos. De gobierno, de mayoría, de las instituciones: a) de gobierno, porque registra el fragor inaudito de una colisión entre dicasterios y sus titulares; b) de mayoría, porque sanciona la ruptura de la coalición que ha elegido a Francisco; c) de las instituciones, porque pone en discusión la principal reforma introducida hasta aquí por el Pontífice argentino.
  
El Motu Proprio Fidelis Dispensator et Prudens, de febrero de 2014, trastorna de hecho la planta de la curia de Montini y Wojtyla, concebida sobre la absoluta centralidad de la Secretaría de Estado, e introduce de facto un sistema único en el mundo, invero alquanto anómalo, con dos “primeros ministros” que colaboran pero entrambos reportan directamente al Papa, sin intermediarios, en el intento de separar diplomacia y finanzas.
 
Algo análogo, así sea vagamente, podemos encontrar en los Estados Unidos, donde falta la figura del premier y es vigente una paridad sustancial y funcional entre los Departimentos de Estado y del Tesoro, destinados respectivamente a la política exterior y económica.
  
Las constituciones, como se muestra en el derecho comparado, no nacen mai asépticamente en una mesa de dibujo, sino que descienden de las convulsiones del momento histórico y de contínuas oscilaciones pendulares, que a veces privilegian la demanda de eficiencia, dirigismo y centralización. Otras veces la opuesta necesidad de garantías, equilibrio y trasparencia.
  
Desde los días posteriores del conclave, prevalece el intento de desmantelar el poder de la Secretaría de Estado en dirección italiana y relegarla en el recinto de la diplomacia, sustrayéndole el control de los recursos financieros, hasta incluir los fondos reservados, de los que todas las cancillerías del planeta, más las de las grandes potencias, disponen normalmente y discrecionalmente.
  
En el marco de tres años todavía el escenario se presenta drásticamente derribado. Los dos nuevos organismos, la Secretaría y el Consejo para la Economía, una suerte de comisión de “balance y programación”, reflejan el contraste de visiones de los respectivos gurúes, el “socialdemócrata” Reinhard Marx, arzobispo de Múnich de Baviera, y el liberalista George Pell, divididos sobre las estrategias a largo plazo. El cambio climático, respecto a doce meses antes, se detecta ya en los estatutos de las dos entidades, emanadas en el 2015, que traicionan el objetivo de aprovechar al gigante Pell a la maneera de un Gulliver en Lilliput, nediante una serie de cuerdas y “cuerdecitas”, con el resultado de volver ingobernables las finanzas de la Santa Sede. Por consecuencia, el C9, el grupo de nueve cardinales que asisten al Pontífice en las actuaciones de las reformas, del colegio garante de su expedición se ha convertido en playa de suspensión: cámara de compensaciones de las tensiones internas, con el partido itálico solícito en encajarse para recuperar una parte del poder perdido.
  
En este punto es lícito preguntarse si la situación terminará fuera de control, o, paradójica pero verosímilmente, responda en el profundo a los deseos y al ánimo del “Papa”. Y se mueva exactamente en la direccióne querida por él.
  
“El conflicto no puede ser ignorado o disimulado, debe ser aceptado”.
Al leer la Exhortación Evangélii Gáudium, carta magna del “pontificado”, pareciera que un cierto grado de conflictualidad institucional, por “soportare” y llevar en superficie, sea fisiólogico en la visión de Francisco y constituya el único antídoto a la degeneración de las luchas clandestinas. Mejor  es, en conclusión, los duelos en el sol que las tramas oscuras. Mejor hundir el florete que un golpe de estileto. Mejor los comunicados oficiales que los documentos robados. Mejor, en fin, la confusión que la corrupción.
  
No sabemos si, después de haber reflexionado sobre el “significado” y el “alcance” del contrato de Pell, los cajones se abrirán integralmente a los expertos de PwC –los mismos que han dejado la marca sobre los balances del Niño Jesús–, pero si hay algo que dejar en el cajón, a partir de ahora, es la vieja definición de Vatileaks, que no es más idónea para interpretar las dinámicas del Vaticlash, en el tentativo improbable aunque apreciable, conceptualmente osado y operativamente arduo, de conjugar dialéctica democrática y estructura teocrática.

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