lunes, 23 de marzo de 2015

EL ISLAM, ENEMIGO DE LA CIENCIA Y LA CULTURA

  
«La cultura árabe no tiene nada de elogioso; más aún ni siquiera existe, fuera del reducido campo de la poesía, pues en todas partes los árabes se han mostrado feroces enemigos de la cultura y la civilización (hablamos de los árabes mahometanos, no de los paganos ni de los cristianos): «Para todo buen mahometano el Corán contiene toda la verdad. Es una revelación tan completa, que toda adición es o superflua, o impía. El Dios del islam es un autócrata, cuya sola regla es su capricho. Los premios ó castigos de la otra vida no responden á los méritos contraídos en ésta, puesto que, según Benjaldún, uno de los más autorizados maestros del islam, “Dios ha implantado el bien y el mal en la naturaleza humana, según lo ha dicho Él mismo en el Corán: la perversidad y la virtud llegan al alma por inspiración de Dios” (Proleg., Notices et extraits, vol. XIX, pág. 268). 
   
Y el historiador de la Filosofía, G. H. Lewis, se expresa en la siguiente forma: “Jamás hubo una ciencia árabe, estrictamente hablando. En primer lugar, toda la filosofía y ciencia de los mahometanos era griega, judía, persa, etc. En realidad significaba una reacción contra el islamismo, reacción que surgía en las regiones más apartadas del foco del islam: en Samarcanda, en Bujará, en Córdoba. La lengua era árabe, pero no las ideas ni el espíritu” (History of Philosophy, l. II, págs. 34-36). 
   
El califa Omar, que, a pesar de los argumentos de Gibbon, de Kehl y de Matter, fue quien devastó las bibliotecas de Alejandría, representaba perfectamente el espíritu mahometano en su carácter peculiar y primitivo. No es ya sólo Albufarach (Gregorio bar Hebraeus) en su Historia Compendiosa Dynastiarum; es Abdolatif (Abd al-Latif al Baghdadi), escritor autorizadísimo anterior a aquél, que dice lo siguiente: “Aquí (en el Serapio) estaba la biblioteca que Amrú Benalás (Arm Ibn al-Las) quemó con el asentimiento de Omar”; es Benjaldún (Ibn Jaldun) -al que llamó Mdhl “el Montesquieu del islam”, quien, aunque tunecino de nacimiento, residió largo tiempo en España, ejerciendo en 1362 el cargo de Gran Visir en el reino moro de Granada, varón de ortodoxia acreditada, profundo conocedor de la historia, de erudición extensísima, adquirida en sus viajes, en sus estudios y en sus funciones- quien escribe, acerca de este punto, en estos términos: “¿Dónde está la literatura de los persas? Su literatura fue destruida por orden de Omar cuando los árabes conquistaron el país”, y añade que la misma suerte cupo a la literatura de los Caldeos, de los Asirios y de los Babilonios, y a una literatura aún más antigua, a la de los Coptos. 
    
Más explícito todavía respecto al carácter de los conquistadores árabes es Benjaldún en las siguientes líneas: “Sabemos que los muslimes cuando conquistaron la Persia encontraron una innumerable cantidad de libros y de tratados científicos, y que su general Saad Benabinacás (Sa'd ibn Abin Waqqas) preguntó por carta al califa Omar si le autorizaba a distribuir aquellos libros entre los verdaderos creyentes como parte del botín. Omar contestó en la siguiente forma: -Arrojadlos al agua. Si contienen algo que pueda guiar a los hombres a la verdad, nosotros hemos recibido de Dios lo que mejor puede guiarnos. Y si contienen errores debemos deshacernos pronto de ellos, dando gracias a Dios. A consecuencia de esta orden los libros fueron arrojados al agua y al fuego, y la literatura y la ciencia de los persas desapareció” (Proleg., Notices et extraits, vol. XXI, págs. 78, 124 y 125). 
    
En España los conquistadores eran relativamente poco numerosos. Su civilización fue obra de los cristianos y judíos, que formaban la masa de la población. Esta vivía siempre expuesta a los ultrajes y las matanzas. Se ha dicho con fundamento que varios pasajes de la obra de Dozy (Historia de los musulmanes de España) se asemejan extraordinariamente a los informes consulares de Armenia y de Bulgaria antes de su emancipación. La más pequeña expresión de descontento se consideraba como rebeldía. En una ocasión en que los cristianos y renegados de Córdoba exteriorizaron su desagrado contra un visir impopular, el castigo fue cruelísimo. Trescientas personas de distinción fueron empaladas en los paseos, a orillas del río, y el resto de los cristianos de Córdoba, en número de unos cien mil, recibieron la orden de salir de España, so pena de crucifixión, en el término de tres días. En España, como en todas partes, el espíritu del islam produjo la anarquía, la impotencia para organizar y administrar y la opresión, y tengo para mí que gran parte de nuestras más hondas dolencias de índole social son la herencia tardía de la dominación de los árabes. 
   
El credo musulmán lleva consigo un germen de descomposición que anula las nobles cualidades de la raza árabe. El destino de las regiones dominadas por el islam es siempre idéntico. Los países más fértiles, más populosos y más florecientes, bajo su dominio se truecan en desiertos, donde la ignorancia, la crueldad, la desolación y la barbarie reinan sin límites. La Sogdiana, que se llamó el Paraíso del Asia, aquellas florecientes ciudades Juarizm (Jiva), Bujará, Samarcanda, son hoy agrestes soledades. Al comenzar el siglo XIII, y a pesar de los grandes daños producidos por las Cruzadas y de que la parte principal del Asia Menor, con sus ricas y populosas ciudades, había caído en poder de los musulmanes, las rentas anuales del imperio bizantino ascendían a 2.800 millones de pesetas. ¿Qué se ha hecho de aquellas riquezas? En ninguna parte de nuestro planeta, escribe Ubicini en sus cartas sobre Turquía, ha derramado Dios la riqueza con mayor variedad y abundancia. Todos los climas, todas las producciones, se dan en sus fértiles y dilatados dominios. En ninguna parte la asolación y el abandono ha llegado a iguales extremos. Y la culpa no es de las razas que allí habitan; es del espíritu de los dominadores. Pues en cuanto los países oprimidos alcanzan la libertad del yugo islámico, Grecia, Servia, Rumania, Bulgaria, afirman su personalidad y contribuyen a la obra de la civilización. Los principios de piedad, de justicia y de amor, que constituyen la esencia del cristianismo, encierran una fecundidad social que las pasiones de los hombres y la obcecación de los pueblos podrá retardar, pero que no destruirán jamás. Por eso el cristianismo es la verdad y el mahometismo un funesto error. Por eso, si no alcanza el islamismo a degradar a los individuos, con seguridad produce la decadencia, el atraso y la ruina de los pueblos. Por eso no hay filósofos en el islam, por eso no hay verdaderos hombres de ciencia [...]» 
  
(Discurso de contestación del Excmo. Señor D. Eduardo Sanz y Escartín al discurso de recepción del Señor D. Miguel Asín Palacios en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, leído en la junta pública del 29 de marzo del 1914, pp. 247-250).

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