lunes, 24 de noviembre de 2014

SANTA CATALINA DE ALEJANDRÍA, UNA SANTA PARA ESTOS ÚLTIMOS TIEMPOS

Santa Catalina de Alejandría exhortando a los filósofos convertidos
  
Entre las muchas visiones y revelaciones que tuvo la Venerable Ana Catalina Emmerick son particularmente interesantes las que se refieren a Santa Catalina de Alejandría [1].
 
Al parecer, tocóle vivir a esta santa en un tiempo y lugar donde predominaba un ambiente de tolerancia y de diálogo. “Por entonces —dice la vidente— se hallaba en Alejandría el patriarca Teonás, quien con su grandísima mansedumbre había conseguido que los paganos no persiguiesen a los cristianos. Estos vivían muy oprimidos y tenían que proceder con la mayor cautela y guardarse de hablar contra los ídolos. De aquí surgió una tolerancia muy peligrosa respecto de los paganos y tibieza en los cristianos, por lo cual dispuso Dios que Catalina, con su luz interior e inflamado celo, reanimase a muchos”.
   
Todo esto no es imaginación de la Emmerick. Teonás existió real­mente y el Martirologio Romano lo menciona como santo, el 23 de agosto: “En Alejandría, san Teonás, Obispo y Confesor”. Más explícita aún, La Leyenda de Oro se refiere a él en los siguientes términos:
“Fue colocado en la silla patriarcal de Alejandría el año 282, y la gobernó por espacio de diez y nueve años. Por su sabiduría y santidad fue el más bello ornamento de su iglesia, floreciente entonces en un gran número de personajes distinguidos. Escribió una célebre instrucción en forma epistolar, en la cual trazaba las reglas de la conducta que debían guardar los cristianos que vivían en la corte de los emperadores, y la dirigió a Luciano, primer chambelán de Diocleciano. El santo obispo murió en Alejandría el 23 de agosto del año 300” [2].
   
He aquí, en el siglo IV, un santo varón, puesto que tal lo considera la Iglesia, embarcado en el diálogo y en la apertura al mundo pagano. Al punto que, según la Emmerick, “se mostraban los paganos tan afi­cionados a él que muchos cristianos débiles sacaban de aquí la conse­cuencia de que no sería cosa tan mala el paganismo”.
   
Pero, pese a las buenas intenciones de su santo ministro, parece que el Señor tuvo distintos designios. “Por esta razón —continúa la vidente— suscitó Dios a aquella esforzada, animosa e inspirada doncella para que con sus palabras, con su ejemplo y con su glorioso martirio convirtiera a muchos que de otro modo no se habrían salvado”.
   
¿Qué hizo Santa Catalina? Según la tradición, llevada por fuerza al templo pagano, reprochó de palabra al Emperador su idolatría y su conducta para con los cristianos y le expuso con sólidos argumentos la necesidad de creer en Jesucristo para lograr la salvación eterna. Según Ana Catalina Emmerick, su actitud fue más drástica. “Catalina —di­ce— fue obligada por sus parientes a ir al templo de los ídolos; pero no sólo no fue posible reducirla a ofrecerles sacrificios, sino que cuando la solemnidad era mayor, Catalina, arrebatada de santo entusiasmo, se acercó a los sacerdotes y derribó el altar de los perfumes y echó por tierra los vasos, clamando contra las abominaciones de la idolatría. Levantóse entonces un gran tumulto; apoderáronse de ella, la tuvieron por loca furiosa y la condujeron al peristilo del templo para interro­garla. Ella seguía clamando con mayor violencia. Fue conducida a la cárcel, y en el camino llamó a todos los confesores de Cristo invitándo­los a unirse a ella para derramar su sangre por Aquel que nos ha redimido con la suya. Fue encarcelada, azotada con escorpiones y arrojada a las bestias feroces. Yo pensaba que no era lícito buscar tan de intento el martirio; pero se dan excepciones y hay instrumentos elegidos por Dios”.
   
El resto ya lo conocen quienes todavía leen las vidas de los santos. El suplicio de las ruedas con cuchillas, milagrosamente destruidas por un rayo, y la decapitación final [3].
    
Pensarán algunos que Santa Catalina sufrió el martirio por ser incapaz del diálogo. Error profundo. Catalina era una joven inteli­gente y culta. Antes de su martirio quisieron hacerla abjurar de su fe y la enfrentaron con cincuenta doctores de Egipto. Ella expuso la Verdad con tanta fuerza y elocuencia que convenció a muchos de ellos, a tal punto que se convirtieron al cristianismo y murieron mártires. Aquí no hubo concesiones, búsqueda de coincidencias y ocultamiento de disidencias, ni transbordo ideológico inadvertido. La Verdad se impuso íntegramente. Sólo así vale la pena el diálogo. De lo contrario suele asemejarse a los de Pedro en el patio del tribunal de Caifás, cuando no al de Judas con los sacerdotes del Templo.
   
Santa Catalina es venerada por los griegos como “la gran mártir”. Hoy el martirio cristiano no está de moda. Sigue existiendo en la Igle­sia del Silencio, pero se lo oculta lo más posible. En cambio, están de moda otros “mártires”. Los mártires armados de ametralladora. Los mártires asesinos. Los mártires que no entregaron su vida, sino que fueron muertos porque no pudieron matar antes. No son mártires de Cristo. Son mártires de la religión “humanitaria”, que es la religión del Anticristo. Son mártires del “cambio de estructuras”. Son mártires de la “liberación”. ¡Linda liberación hacen cuando logran el poder! Ya lo vimos en Francia en 1789, en Rusia en 1918, en España en 1931. Pero los hombres tienen mala memoria. O mucha inconsciencia.
  
Santa Catalina fue una de las santas más grandes de la Cristian­dad. Fue una de las tres mujeres incluidas entre los Catorce Santos Auxiliadores, tan venerados en la Edad Media y hoy tan olvidados. Se la considera la “sabia consejera”, patrona de estudiantes, teólogos, filósofos, abogados, oradores e intelectuales católicos en general. Ha sido en todas las épocas tema predilecto de los artistas, que se han complacido en pintarla en el episodio de su vida referente a sus des­posorios con el Niño Jesús, o también con su rueda, con una pequeña cruz, con un libro, con una espada, o en su disputa con los doctores.
   
Santa Gertrudis, en sus “Revelaciones”, refiere que Dios se la mostró “en un trono tan encumbrado, que si no hubiera en el cielo Reina mayor, la gloria de esta sola parecería bastar a hacerle sobrado vistoso”[4].
   
Y Dios no sólo honró su alma, sino también su cuerpo, haciéndolo trasladar por los ángeles al monte Sinaí. Este hecho, aparentemente el más “legendario” de la vida de la santa, está avalado por la Iglesia, que lo menciona en la oración de su misa y en el Martirologio Romano. Lo confirman las revelaciones privadas de Ana Catalina Emmerick y Teresa Neumann. Y es tradición viva en el monasterio de Santa Cata­lina, al pie del monte, donde se conserva parte de sus restos.
    
Desgraciadamente los tiempos actuales no son muy propicios para la devoción a Santa Catalina, a pesar que la devoción a Santa Cata­lina sería muy propicia para los tiempos actuales. Cuando vemos que se duda de todo, de la Santísima Trinidad, de Cristo, de la Eucaristía, de la Santísima Virgen, de la Moral, de la Oración, de la Escritura, ¿cómo sorprendernos de que se dude hasta de la existencia de Santa Catalina? Con mayor razón cuando se trata de una santa evidentemente preconciliar y, por lo tanto, molesta.   
   
Fue triste para los amantes de la tradición, y en especial para los devotos de Santa Catalina, que esta santa fuera suprimida del calen­dario litúrgico desde el 1º de enero de 1970. Precisamente en estos momentos en que los filósofos y teólogos católicos tanto necesitan de su protección para no caer en el error y mantener incólumes los fueros de la Verdad.
  
ALBERTO EZCURRA MEDRANO. Revista Roma Nº 23, Bs. As., Marzo de 1972.

NOTAS
[1] Ana Catalina Emmerick, Visiones y Revelaciones completas, tomo IV, págs. 368-73. Editorial Guadalupe, Buenos Aires, 1954.
[2] La Leyenda de Oro, tomo III, pág. 382. Ed. González y Cía., Barcelona, 1897. 
3] “Catalina fue martirizada en el año 299, a la edad de dieciséis años”, dice Ana Catalina Emmerick. Esto concuerda con el relato de su muerte en tiem­pos tranquilos. Los hagiógrafos, en cambio, la hacen morir en tiempos de per­secución, entre el 305 y el 313, o sea en los de Diocleciano, Maximino o Majencio, pero estas contradicciones restan valor a sus datos.
[4] Revelaciones de Santa Gertrudis la Magna, pág. 559. Editorial Benedictina, Buenos Aires, 1947.

viernes, 21 de noviembre de 2014

DECLARACIÓN DE ECÔNE, DENUNCIANDO LA APOSTASÍA CONCILIAR

Mons. Marcel Lefebvre
  
Nos adherimos de todo corazón, con toda nuestra alma, a la Roma Católica, guardiana de la fe católica y de las tradiciones necesarias al mantenimiento de esa fe, a la Roma eterna, maestra de sabiduría y de verdad. Por el contrario, nos negamos y nos hemos negado siempre a seguir la Roma de tendencia neomodernista y neoprotestante que se manifestó claramente en el Concilio Vaticano II y después del Concilio en todas las reformas que de éste salieron.
   
Todas esas reformas, en efecto, contribuyeron y contribuyen todavía a la demolición de la Iglesia, a la ruina del Sacerdocio, al aniquilamiento del Sacrificio y de los Sacramentos, a la desaparición de la vida religiosa, a una enseñanza naturalista y teilhardiana en las universidades, los seminarios, la catequesis, enseñanza nacida del liberalismo y del protestantismo, condenada repetidas veces por el magisterio solemne de la Iglesia.
   
Ninguna autoridad, ni siquiera la más elevada en la Jerarquía, puede constreñirnos a abandonar o a disminuir nuestra Fe Católica claramente expresada y profesada por el magisterio de la Iglesia desde hace diecinueve siglos.
   
“Si llegara a suceder, dice san Pablo, que nosotros mismos o un ángel venido del cielo os enseñara otra cosa distinta de lo que yo os he enseñado, que sea anatema” (Gál. 1, 8).
  
¿No es esto acaso lo que nos repite el Santo Padre hoy? Y si una cierta contradicción se manifestara en sus palabras y en sus actos así como en los actos de los dicasterios, entonces elegimos lo que siempre ha sido enseñado y hacemos oídos sordos a las novedades destructoras de la Iglesia.
   
No es posible modificar profundamente la “lex orandi” sin modificar la “lex credendi”. A la misa nueva corresponde catecismo nuevo, sacerdocio nuevo, seminarios nuevos, universidades nuevas, Iglesia carismática, pentecostal, todas cosas opuestas a la ortodoxia y al magisterio de siempre. Habiendo esta Reforma nacido del liberalismo, del modernismo, está totalmente envenenada; sale de la herejía y desemboca en la herejía, incluso si todos sus actos no son formalmente heréticos. Es pues imposible a todo católico consciente y fiel adoptar esta Reforma y someterse a ella de cualquier manera que sea. La única actitud de fidelidad a la Iglesia y a la doctrina católica, para nuestra salvación, es el rechazo categórico a aceptar la Reforma.
   
Es por ello que sin ninguna rebelión, ninguna amargura, ningún resentimiento, proseguimos nuestra obra de formación sacerdotal bajo la estrella del magisterio de siempre, persuadidos de que no podemos prestar un servicio más grande a la Santa Iglesia Católica, al Soberano Pontífice y a las generaciones futuras.
   
Es por ello que nos atenemos firmemente a todo lo que ha sido creído y practicado respecto a la fe, las costumbres, el culto, la enseñanza del catecismo, la formación del sacerdote, la institución de la Iglesia, por la Iglesia de siempre y codificado en los libros aparecidos antes de la influencia modernista del Concilio, esperando que la verdadera luz de la Tradición disipe las tinieblas que oscurecen el cielo de la Roma eterna.
    
Y haciendo esto, con la gracia de Dios, el auxilio de la Virgen María, de San José, de San Pío X, estamos convencidos de mantenernos fieles a la Iglesia Católica y Romana, a todos los sucesores de Pedro, y de ser los “fideles dispensatores mysteriórum Dómini Nostri Jesu Christi in Spíritu Sancto”. Amén.
 
Ecône, 21 de Noviembre de 1974
Fiesta de la Presentación de la Bienaventurada Virgen María
   
+ Marcel Lefebvre
Arzobispo

NOTA AL DESVARÍO DE NON POSSUMUS SOBRE LA SALETTE, POR EL PADRE BASILIO MÉRAMO

Muy fácilmente se despacha Non Possumus, desviando la profecía de La Sallette, con respecto a Roma perderá la fe y será la sede del Anticristo.
   
Primero diciendo que esa frase no está en el original encontrado en el Vaticano en 1999. Nada extraño, pues no tiene nada de sorprendente que hicieran un original falso como con el texto del Tercer Secreto de Fátima.
   
Además siempre unánimemente, todos, antes y después del Concilio Vaticano, tomaban como auténtica esta frase y nadie la discutía.
  
De otra parte, cual ignaro o supino modernista, dice que Roma no está aquí tomada como la sede de Pedro, el Vaticano, la Santa Sede Romana madre y cabeza de todas las iglesias, sino la ciudad de Roma (capital de Italia) –así como se habla de París y Marsella– que estaría tomada en el mismo sentido, como ciudad profana al hablar de ella. Ni que fuera un vulgar e impío el que esto dijera desconociendo el privilegio único y exclusivo que tiene Roma sobre toda otra ciudad, precisamente por ser la Sede de Pedro: el Papa da la bendición, “Urbi et Orbi”, Roma es la ciudad por excelencia, gracias al papado.
   
Qué harían con el texto de León XIII en el exorcismo y que fue después suprimido: “Ubi sedes beatissimi Petri et Chatedra veritatis ad Lucem Gentium, constituta est, ibi thronum posuerum abominationis impietatis suae; ut percusso Pastore, et gregem disperdere valeant”. (Donde fueron establecidas la Sede de San Pedro y la Cátedra de la Verdad como luz para las Naciones, ellos han erigido el trono de la abominación de su impiedad, de suerte que, golpeado el Pastor, pueda dispersarse la grey).
  
Es tal la irracionalidad de Non Possumus en su acerba orientación antiapocalíptica-patrística y antisedevacantista-idolátrica que raya en la más abyecta de las estulticias.
    
P. Basilio Méramo
Bogotá, 18 de Noviembre de 2014

jueves, 20 de noviembre de 2014

DE LA SIMILITUD ENTRE LOS JUDÍOS Y LOS MALOS CRISTIANOS

  
—Hijo mío, todavía te falta percibir el quebranto máximo que este pueblo deparó a mi Corazón. Menos lástima me dio por traerme a mí tormentos que a sí castigos… Un día me veías plañir amargamente sobre la ciudad de Jerusalén, no por la pasión y muerte que me infligiría, sino por los castigos que se acarrearía. Enfréntanme ahora, amado mío, sin dejarme cómo remediarlos, todos aquellos castigos con toda la ingratitud de este pueblo. Es así como veo a mi pueblo separado de mí para siempre; el peor entre todos los pueblos, que se acarreará la maldición de Dios… ¡Pueblo sin reyes, ni sacerdotes ni ciudades, vagando entre las naciones del mundo, por nadie tolerado, ajeno a otro afán que el de atesorar el dinero de esta tierra, perdido en alma para siempre!… ¡Y, lo que es más, en él vi el más encarnizado perseguidor de mi carísima Esposa, la Santa Iglesia!
  
[…]
  
—¡Oh Jesús, qué extraordinario amor y aprecio tuviste por mi alma! ¡Que tú, la misma Inocencia y Santidad, debas sufrir por mí tantas y tales penas que a mí me merecieron mis pecados! Te doy gracias, oh Jesús mío, y te alabo por el infinito Amor que me tuviste, y amor te prometo.
  
—Hijo mío, hermoso será tu agradecimiento, y conforme a mis deseos tu alabanza y amor, si me imitas; si por mi amor y según mi ejemplo lo sufres toda adversidad silencioso y sereno, y me tomas a mí en el Sagrario como único confidente y único refugio de tus tribulaciones. —Pero ahora sigue caminando a mi lado y entra en la ciudad de Jerusalén, la ciudad de mi Pasión. Aunque era ya medianoche, la luna llena y la gran cantidad de linternas en manos de mis enemigos te echan sobrada luz sobre lo miserable de mi estado. Henos cerca de la ciudad: mis enemigos con aplausos y gritos de alborozo dan el signo de que me han prendido, y con sarcasmos indican que me tienen atado para divertirse todos con un necio y loco que pretendía salvar el mundo. Se levantan todos por los gritos, las puertas y ventanas de las casas se atestan de gente, cunde la curiosidad por verme prendido —y entre tanta gente no hay nadie, hijo mío, nadie que me mire con piedad. Cinco días antes era bienvenido en esta ciudad con júbilo y cánticos triunfales, y ahora voy entrando entre los mayores desprecios y oprobios, habiéndose transformado todos en mis enemigos…
  
Aquello, hijo mío, fue y pasó… Pero ahora, ¿gozo mejor ventura en la Eucaristía?… Los mismos que hoy cantan HOSANNA delante de mí, ¿no se hacen bien pronto mis enemigos, obrando mal, pecando contra mí?
  
—Jesús, esas palabras puedo aplicarlas a mí, como quizá lo estés haciendo tú mismo. Ante la Eucaristía yo actúo como Jerusalén, y peor también… Primero te adoro con piedad como a mi Dios, te recibo en mi pecho y te prometo mi amor… y poco después, y acaso el mismo día, me vuelvo contra ti… te ofendo… te hiero el Corazón, te expulso del mío con el pecado, y me hago enemigo tuyo. Oh Jesús, ¡qué alma miserable, infiel, ingrata y malvada soy, de veras!… Oh Jesús, ¿cuándo comenzaré a darte el amor de un genuino amigo tuyo? ¿Cuándo vencerás mi corazón de tal modo que nunca más se separe de ti?… Jesús, haz que los dolores que me has dedicado en tu Pasión y el amor que me has patentizado en la Eucaristía me valgan un amor fuerte a ti que dure hasta el postrer respiro de mi vida y sea uno con la eternidad. Así sea.

[…]
  
—Pilato avisa a mis enemigos que va a condenarme a la muerte de cruz, que va a escribir tan cruel e injusta sentencia. Al punto lo sobrecoge un estremecimiento tal, que lo hace sentirse menos el juez que va a dictar el fallo, que el reo que va a recibirlo. El temor lo embarga, y a su naturaleza humana le repugna que sea sentenciado a muerte el Hijo de Dios, el mismo Autor de la vida. Y más le repugna tornar su propia autoridad contra el mismo Hijo de Aquel que se la confirió, y aplicarle la última pena. Y he aquí que, desafiando todo el temor que lo envuelve, Pilato ordena silencio y, en el tribunal de su pretorio, delante del pueblo y de los prohombres, escribe la sentencia de mi muerte y manda leerla delante de todos. Y son leídas en voz alta las siguientes palabras: «Jesús nazareno es condenado a la muerte de cruz».
  
De repente, hijo mío, perciben mis ojos un gran cambio en aquel pueblo: su rabia contra mí se muda en alborozo total. Se oyen gritos de vivas por toda aquella plaza, se felicitan mutuamente mis enemigos por la gran victoria alcanzada, y se echan a andar de un lado a otro para llevarles a todos esta noticia de que yo estoy condenado a la muerte de cruz.
   
—Amado Jesús mío, ¿quién podría saber lo que sintió tu Corazón al oír la sentencia de tu muerte y ver el alborozo de aquel pueblo por tu condena?
  
—Trata de hacerte alguna idea, carísima alma, del quebranto que tuve. En un instante me encontré condenado a muerte, y a la infame muerte de cruz… En un instante me vi sentenciado por un gobernador en una corte abierta a todos como si mereciera ser eliminado de este mundo, y tan ignominiosamente… En un instante oí a todo el pueblo vitorear la sentencia de mi muerte como el medio que libraría a la ciudad de Jerusalén de la escoria y la peste de la humanidad… Hijo mío, jamás podrías comprender tal sobresalto, ahogo y tormento cual entonces conoció mi Corazón. Siendo yo hombre, por debilidad natural sentí todo lo que de terrible, escalofriante y atormentador puede sentir un hombre al oír leerse la sentencia de su propia muerte, y al oírla sabiéndose inocente, y al oírla dictada a fuerza de forcejeos, y con complacencia, por todo un pueblo que gozó de su amor y beneficios.
  
Ha prevalecido la voluntad de este pueblo. Se librará de mí y ya puede regocijarse de su victoria.
   
—¡Vaya demencia la de ese pueblo, amado Jesús mío! ¡Sentir regocijo en librarse de ti, Fuente de todo bien, su Camino, Verdad y Vida! ¿Y qué le deparó tal victoria? ¡La suma de los quebrantos y la máxima desdicha posible en este mundo y en el otro! La vorágine de sus pasiones pudo dejarlo hasta tal punto ciego y loco… ¿Pero acaso quedo yo bien parado ante ellos? ¡Ay, no, Jesús, que igual ceguera e igual demencia han sido mi frecuente derrotero! El paralelo es espantoso: Este mismo que en adoración eucarística comenzaba expresándote estimación y amor y confesándote como su Bien y su Rey, —el mismo, con sus pecados, acababa rebelándose contra ti, arrojándote de la morada de su alma, y enviándote con los hechos este cruel e ingrato mensaje: «No tengo otro rey que esta pasión de mi corazón: a ella quiero contentarla». Y a imitación de los judíos te crucificaba y me complacía en el pecado, obra ruin e ingrata que me separaba de ti… Merecía, oh Jesús, que me abandonases y castigases como a aquel pueblo. No lo hiciste. Con maravillosa misericordia y paciencia me mantuviste tu amor y la efusión de tus gracias; me perdonaste a cada instante mis pecados y me mantuviste con tu Cuerpo y Sangre desde este Sacramento de Amor. Oh Jesús mío, a ti elevo, con mi más profundo agradecimiento, la súplica de que me sigas siendo favorable y me des verdadera contrición, ardentísimo amor a ti en la Eucaristía, y la gracia de la perseverancia en el bien hasta mi último respiro. Así sea.

(Fragmento tomado de "El alma ante Jesús Sacramentado", por Mons. Luis Vella - Traducción de Patricio Shaw)

lunes, 17 de noviembre de 2014

"CATÓLICO" MODERNISTA = PROTESTANTE

  
Un sacerdote alemán amenazó a San Pío X: "Si no me deja hacer lo que quiero, me haré protestante".
El papa santo le respondió: "Me da lo mismo: Ud. ya es protestante".

CUANDO LA CARIDAD ES NO AYUDAR

Tomado de LA PUERTA ANGOSTA
  
"San Esteban frente a los judíos" (Juan de Juanes)
  
Nukkapi es un nombre groenlandés que significa rebelde. Juan, en cambio, un nombre digno de un cristiano que significa "Fiel a Dios".
  
Nukkapi: Me convertí a la iglesia de Francisco porque ellos ayudan...
 
Juan: Ellos ayudan a todo lo que no es Católico: El sincretismo, el feminismo, el comunismo, la herejía y la perversión.
   
N: Ustedes no ayudan a nadie, por eso no convierten a nadie. No ayudan a los masones, a los judios, a los protestantes, a las Grandes Organizaciones Humanitarias...
  
J: No podemos financiar el error, la apostasía y la herejía.
   
N: Ustedes no tienen caridad.
  
J: Nuestra caridad no es la que dictamina el mundo, sino la que manda Dios. Nuestra caridad opera en lo secreto. Reza por vuestra conversión y ayuda no ayudando.
     
N: Ustedes no se unen con nadie por causas justas. Les importa más discriminar al que tienen al lado que luchar contra la pobreza y los males de este mundo.
  
J: También los romanos querían que los cristianos se les unieran en sus prácticas idolátricas y en sus ofrendas a sus dioses para erradicar la pobreza y conseguir mayor prosperidad y bienes sociales y políticos. Pero los cristianos morían martirizados por no unírseles y no ayudarlos. Esos mismos cristianos, desde el anonimato de las catacumbas, convertían desde un fervoroso apostolado secreto y una vida de oración, a más paganos y anticristianos; sin ninguna ayuda directa ni apoyo financiero; como los que hoy propaga Francisco y la Nueva Iglesia.
   
N: ¿Por qué nadie te sigue? ¿Cuáles son los frutos de tu acción?
   
J: Los frutos son el reconocer los signos de este tiempo. Mientras más gente abandona a Dios y a su verdadera Iglesia Católica; mayor es la Misericordia profética de Nuestro Señor Jesucristo desde los Santos Evangelios. Mayor fuerza tienen los Concilios y los enunciados eternos de todos los Papas Verdaderos:
  
Papa Inocencio III, Cuarto Concilio de Letrán, 1215: "Por otra parte, Nos determinamos que serán sometidos bajo excomunión aquellos creyentes que reciban, defiendan o ayuden a los herejes".

domingo, 16 de noviembre de 2014

CARTA ENCÍCLICA “Notre Charge Apostolique”, SOBRE LOS ERRORES DEL SILLONISMO

Vivimos en una época en la que se habla mucho acerca de “la dignidad”, de la ayuda a los necesitados, donde algunos países se presentan como “Estado Social de Derecho” y sus leyes hablan del deber de socorro (llegando a tipificar como delito de prisión su omisión), de las ONG y fundaciones sin ánimo de lucro, y un largo etcétera. Son iniciativas laudables, sí, pero olvida, una realidad: LA BÚSQUEDA DE DIOS Y LA SALVACIÓN DEL ALMA SON NECESIDAD INHERENTE A LA PERSONA. Por eso, ninguna obra social y política debe excluir la propagación y defensa de la Fe Católica; y cualquier iniciativa diversa a esta directriz, debe tacharse como apostasía formal y material.
  
Estos problemas fueron los mismos que presenciara la Francia entre 1885 y 1910 con el grupo “Le Sillon”, quien surgiendo como movimiento de legos católicos se tornó un agente del ecumenismo y de la secularización en pos de la democracia-comunismo ateo (arrastrando incluso a sacerdotes y religiosos); y que motivaron al Papa San Pío X a publicar la encíclica “Notre Charge Apostolique” para condenar los errores modernistas, particularmente manifestados en la actividad política. Y hemos de ver que las previsiones de esta encíclica son proféticas, ya que un siglo después de su publicación, los errores de “Le Sillon” constituyen el programa de gobierno del antipapa Bergoglio: CREAR LA NUEVA RELIGIÓN ECUMÉNICA MUNDIAL DEL ANTICRISTO.
 
CARTA ENCÍCLICA “Notre Charge Apostolique”, SOBRE LOS ERRORES DEL SILLONISMO
  
Papa San Pío X
Siervo de los Siervos de Dios
Para perpetua memoria
  
Venerables Hermanos, Salud y Bendición apostólica:
  
INTRODUCCIÓN
   
Antecedentes sobre el movimiento “Le Sillon”
  
I. Sus ideas brillantes en lenguaje vago y equívoco, y la necesidad de juzgarlas. 
  
1. Vigilancia apostólica sobre la naturaleza de la fe y la propagación de errores presentados en lenguaje que carece de claridad, lógica y verdad. 
Nuestro cargo apostólico nos impone la obligación de velar por la pureza de la fe y la integridad de la disciplina católica y de preservar a los fieles de los peligros del error y del mal, mayormente cuando el error y el mal se presentan con un lenguaje atrayente que, cubriendo la vaguedad de las ideas y el equívoco de las expresiones con el ardor del sentimiento y la sonoridad de las palabras, puede inflamar los corazones en el amor de causas seductoras pero funestas. Tales fueron, no ha mucho, las doctrinas de los seudofilósofos del siglo XVIII, las de la Revolución (Francesa) y del Liberalismo tantas veces condenadas; tales son aun hoy las teorías de “Le Sillon”, las cuales, no obstante apariencias brillantes y generosas, carecen con harta frecuencia de claridad, de lógica y de verdad, y, por esta parte, no son propias, ciertamente, del espíritu católico y francés
   
2. El Papa enjuicia su doctrina, pese al amor y aprecio que siente por sus personas. 
Hemos titubeado mucho tiempo, Venerables Hermanos, en manifestar pública y solemnemente nuestro juicio acerca de “Le Sillon”*, habiendo sido preciso, para que Nos decidiéramos a hacerlo, que vuestras preocupaciones vinieran a juntarse a las nuestras. Porque Nos amamos a la valiente juventud alistada bajo la bandera de “Le Sillon”, y la creemos por muchos conceptos digna de elogio y admiración. Amamos a sus jefes, en quienes, Nos complacemos en reconocer espíritus elevados, superiores a las pasiones vulgares y animados del más noble entusiasmo por el bien. Vosotros los habéis visto, Venerables Hermanos, penetrados de su afecto vivísimo de fraternidad humana, ir al encuentro de los que trabajan y padecen, para sacarlos de la miseria y sostenidos en su sacrificio por el amor a Jesucristo y por la práctica ejemplar de la Religión. 
   
II El aspecto encomiable y vituperable de “Le Sillon” 
   
3. Origen y buena obra que realizó “Le Sillon”. 
Era el día de la memorable Encíclica que publicó Nuestro Predecesor, de feliz memoria, León XIII, sobre la condición de los obreros (Rerum Novarum). La Iglesia, por boca de su Cabeza suprema, había vertido sobre los pequeños todas las ternuras de su corazón maternal, y parecía que con vivas ansias convocaba a campeones, cada día más numerosos, de la restauración de la justicia y del orden en nuestra sociedad perturbada. ¿No es verdad que los fundadores de “Le Sillon” venían en la ocasión propicia a poner muchedumbres de jóvenes y creyentes al servicio de la Iglesia para ayudarla a realizar sus deseos y esperanzas? Y en realidad, de verdad “Le Sillon” enarboló entre clases obreras el estandarte de Jesucristo, el signo de salvación para los individuos y las naciones, alimentando su actividad social en las fuentes de la gracia, imponiendo respeto de la Religión a las gentes menos favorables, acostumbrando a los ignorantes y a los impíos a oír hablar de Dios, y a menudo, en conferencias de controversia, ante un auditorio hostil, surgiendo, excitado por una pregunta o por un sarcasmo, para confesar su fe denodada y arrogantemente. Estos eran los buenos tiempos de “Le Sillon”, este su lado bueno, que explica los alientos y las aprobaciones que ni el Episcopado ni la Santa Sede le regatearon, mientras este fervor religioso pudo velar el verdadero carácter del movimiento sillonista.
    
4. Las desviaciones doctrinales del movimiento por falta de formación. 
Porque hay que decirlo, Venerables Hermanos: Nuestras esperanzas se han visto en gran parte defraudadas. Llegó un día en que “Le Sillon” descubrió para ojos perspicaces, algunas tendencias alarmantes. “Le Sillon” se extraviaba. ¿Podría suceder otra cosa? Sus fundadores, jóvenes, entusiastas y llenos de confianza en sí mismos, no estaban bastante pertrechados de ciencia histórica, de sana filosofía y de teología sólida ni para afrontar sin peligro los difíciles problemas sociales y que los arrastraba a su actitud y su corazón, ni para precaverse, en el terreno de la doctrina y de la obediencia, contra las infiltraciones liberales y protestantes
   
5. El Papa llama la atención a sacerdotes, seminaristas y fieles. 
No les faltaron consejos… a los consejos sucedieron avisos…, pero hemos tenido el sentimiento de ver que avisos y reprensiones se deslizaban sobre sus almas escurridizas sin producir resultado. Las cosas han llegado a tal extremo, que haríamos traición a Nuestro deber si guardáramos silencio por más tiempo. Tenemos obligación de decir la verdad a nuestros queridos hijos de “Le Sillon”, a quienes un generoso ardor ha llevado a un camino tan errado como peligroso. Tenemos obligación de decirla a los muchísimos seminaristas y sacerdotes que “Le Sillon” ha apartado, si no de la autoridad, por lo menos de la dirección e influencia de los Obispos. Nos tenemos obligación de decirla, finalmente, a la Iglesia, dentro de la cual “Le Sillon” siembra la discordia y cuyos intereses compromete

I. JUICIO SOBRE "LE SILLON" EN GENERAL
   
1° Pretende sustraerse a la autoridad de la Iglesia: primer error
  
6. No hay exclusivo orden temporal… todo lo humano está sujeto a la moral y por ende a la autoridad eclesiástica. 
En primer lugar, conviene censurar severamente la pretensión de “Le Sillon” de sustraerse a la dirección de la autoridad eclesiástica. Los jefes de “Le Sillon” alegan que se mueven en un terreno que no es el de la Iglesia, que sólo se proponen fines del orden temporal, y no del orden espiritual; que el sillonista es simplemente un católico dedicado a la causa de las clases trabajadoras, a las obras democráticas, y que saca de la práctica de su fe la valentía de su sacrificio. Afirman ellos que, ni más ni menos que los artesanos, los labradores, los economistas y los políticos católicos, “Le Sillon” está sujeta a las reglas de la moral, comunes a todos, sin depender ni más ni menos que ellos, de una manera especial de la autoridad eclesiástica
   
7. Su obra social es moral y religiosa… afirmar lo contrario es un error.
Facilísima es la contestación a estos subterfugios. ¿A quién se hará creer que los sillonistas católicos, que los sacerdotes y seminaristas alistados en sus filas no tienen, en su actividad social, más fin que los intereses temporales de las clases obreras? Afirmar de ellos tal cosa, creemos que sería hacerles agravio. La verdad es que los jefes de “Le Sillon” se proclaman idealistas irreductibles; que quieren levantar las clases trabajadoras, levantando primero la conciencia humana, que tienen doctrina social propia y principios filosóficos y religiosos propios para reorganizar una sociedad con un plan nuevo: que se han formado un concepto especial de la dignidad humana, de la libertad, de la justicia y de la fraternidad, y que, para justificar sus sueños sociales apelan al Evangelio interpretado a su modo, y lo que es más grave todavía, a un Cristo desfigurado y disminuido. Además enseñan estas ideas en sus Círculos de estudios, las inculcan a sus compañeros y las trasladan a sus obras. Son, por tanto, verdaderos profesores de moral social, cívica y religiosa; y cualesquiera que sean las modificaciones que quieran introducir en la organización del movimiento sillonista, tenemos el derecho de decir que el fin de “Le Sillon”, su carácter, su acción, pertenecen al dominio de la moral, que es el dominio propio de la Iglesia, y que, por consiguiente se alucinan los sillonistas  cuando creen obrar en un terreno en cuyos linderos expiran los derechos del poder doctrinal y directivo de la autoridad eclesiástica
   
8. El católico no debe sustraerse a la disciplina eclesiástica. 
Aunque sus doctrinas estuvieran exentas de error, fuera con todo eso gravísima infracción de la disciplina católica el sustraerse obstinadamente a la dirección de los que han recibido del Cielo la misión de guiar a los individuos y a las sociedades por el recto sendero de la Verdad y del bien. Pero el mal es más hondo, ya lo hemos dicho: “Le Sillon”, arrebatado por un amor mal entendido a los débiles, se ha deslizado en el error
  
2° Pretende nivelar todas las clases: segundo error 
   
9. La doctrina católica y papal sostiene la diversidad de clases.
En efecto, “Le Sillon” se propone el mejoramiento y regeneración de las clases obreras. Mas sobre esta materia están ya fijados los principios de la Doctrina Católica, y ahí está la historia de la civilización cristiana para atestiguar su bienhechora fecundidad. Nuestro Predecesor, de feliz memoria, los recordó en páginas magistrales, y que los católicos aplicados a las cuestiones sociales deben estudiar y tener siempre presentes. Él enseñó especialmente que la democracia cristiana debe “mantener la diversidad de clases, propias ciertamente de una sociedad bien constituida, y querer para la sociedad humana aquella forma y condición que Dios, su Autor, le señaló” (1). Anatematizó una “cierta democracia cuya perversidad llega al extremo de atribuir a la sociedad las soberanía del pueblo y procurar la supresión y nivelación de las clases”. Al propio tiempo, León XIII imponía a los católicos el único programa de acción capaz de restablecer y mantener a la sociedad en sus bases cristianas seculares.
   
Ahora bien, ¿qué han hecho los jefes de “Le Sillon”? No sólo han adoptado un programa y una enseñanza diferentes de las de León XIII (y ya sería singular audacia de parte de unos legos erigirse en directores de la actividad social de la Iglesia en competencia con el Soberano Pontífice), sino que abiertamente han rechazado el programa trazado por León XIII, adoptando otro diametralmente opuesto. Además de esto, desechando la doctrina recordada por León XIII acerca de los principios esenciales de la sociedad, colocan la autoridad en el pueblo o casi la suprimen, y tienen por ideal realizable la nivelación de clases. Van, pues, al revés de la doctrina católica, hacia un ideal condenado
   
10. Labor encomiable de los “sillonistas”, acompañada de exageraciones nocivas. 
Ya sabemos que se lisonjean de levantar la dignidad humana y la condición, harto menospreciada, de las clases trabajadoras, de procurar que sean justas y perfectas las leyes del trabajo y las relaciones entre el capital y los salarios, de reinar, en fin, sobre la tierra una justicia mejor y mayor caridad; y de promover en la humanidad, con movimientos sociales hondos y fecundos, un progreso inesperado. Nos, ciertamente, no vituperamos esos esfuerzos, que serían a todos visos excelentes si los sillonistas no olvidaran que el progreso de un ser consiste en vigorizar sus facultades naturales con nuevas fuerzas, y en facilitar el ejercicio de su actividad en los límites y leyes de su constitución, pero que si, al contrario, se hieren sus órganos esenciales y se violan los límites de su actividad, se le empuja, no hacia el progreso, sino hacia la muerte. Esto es, sin embargo, lo que ellos quieren hacer de la sociedad humana: su sueño consiste en cambiar sus cimientos naturales y tradicionales y en prometer una ciudad futura edificada sobre otros principios que se atreven a declarar más fecundos, más beneficiosos que aquellos sobre los que descansa la actual sociedad cristiana
   
11. Dios y la Iglesia pusieron los cimientos de la sociedad: los católicos deben restaurarlos sin cesar.
No, Venerables Hermanos –preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores–, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la “ciudad” nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe: Es la civilización cristiana, es la “ciudad” católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: OMNIA INSTAURARE IN CHRISTO (2). 
   
Y para que no se nos acuse de formular juicios demasiado sumarios y con rigor no justificado acerca de las teorías sociales de “Le Sillon”, queremos recordar sus puntos esenciales.
      
II. LOS PUNTOS ESENCIALES EN PARTICULAR 
  
1° La dignidad humana mal entendida 
   
12. Concepto de dignidad que la Iglesia no puede alabar. 
Le Sillon tiene la noble preocupación de la dignidad humana. Pero esta dignidad la entiende a la manera de ciertos filósofos, de quienes la Iglesia dista mucho de poder alabarse
  
a) Por entender una emancipación política, económica e intelectual desmedida
   
13. Libertad no es total emancipación política, económica e intelectual. 
El primer elemento de esta dignidad es la libertad, entendida en el sentido de que todo hombre, excepto en materia de religión, es autónomo. De este principio fundamental, “Le Sillon” saca las siguientes conclusiones: Hoy el pueblo está en tutela debajo de una autoridad distinta de él, luego debe liberarse de ella: emancipación política. Está bajo la dependencia de patronos que, detentando sus instrumentos de trabajo, lo explotan, oprimen y rebajan; luego debe sacudir su yugo: emancipación económica. Esta dominado, finalmente, por una casta llamada directora, a la cual su desarrollo intelectual asegura una preponderancia indebida en la dirección de los negocios; luego debe sustraerse a su dominación: emancipación intelectual. La nivelación de las condiciones desde este triple punto de vista establecerá entre los hombres la igualdad, y esta igualdad es la verdadera justicia humana. Una organización política y social fundada sobre esta base, la libertad y la igualdad (a las que pronto vendrá a juntarse la fraternidad), he aquí lo que ellos llaman democracia.
   
b) Por reclamar un desproporcionado y desordenado poder político, económico y moral del individuo.
    
14. Democracia no es la participación mayor posible en el orden político y económico: el súbdito no es rey, ni el obrero patrón. 
Sin embargo, la libertad y la igualdad no constituyen más que el lado, por decirlo así, negativo. Lo que constituye propia y positivamente la democracia es la participación mayor posible de todos en el gobierno de la cosa pública. Y esto comprende un triple elemento: político, económico y moral. Por de pronto, en política, “Le Sillon” no suprime la autoridad, antes al contrario, la estima indispensable. Pero quiere dividirla, o mejor dicho, multiplicarla de tal manera que cada ciudadano llegue a ser una especie de rey. La autoridad, reconoce “Le Sillon”, dimana de Dios, pero -dicen- reside primordialmente en el pueblo, del cual se desprende por vía de elección o, mejor aún, de selección, sin que por esto se aparte del pueblo y sea independiente de él. Será exterior, pero sólo en apariencia: en realidad será interior, porque será una autoridad consentida.
A proporción ocurrirá lo propio en el orden económico. Sustraído a una clase particular, el patronazgo se multiplicará tanto que cada obrero será una especie de patrono. La forma llamada a realizar este ideal económico no será, según dicen, la del socialismo, sino un sistema de cooperativas suficientemente multiplicadas para provocar una concurrencia fecunda y para asegurar la independencia de os obreros, que no estarán encadenados a ninguna de ellas. 
  
15. El amor del interés público y del bien común no es el principio supremo de la autoridad moral. 
He aquí ahora el elemento capital, el elemento moral. Como la autoridad, según se ha visto, es muy reducida, es menester otra fuerza para suplirla y para oponer una reacción permanente al egoísmo individual. Este nuevo principio, esta fuerza, es el amor del interés público, es decir, del fin mismo de la profesión y de la sociedad. Imaginaos una sociedad donde en el alma de cada ciudadano estos amores se subordinaran de tal modo que el bien superior se antepusiera siempre al bien inferior, esta sociedad ¿no podría pasarse casi sin autoridad y no ofrecería el ideal de la dignidad humana, teniendo cada ciudadano un alma de rey, cada obrero, un alma de patrón? Arrancado de la estrechez de sus intereses privados y elevados al de su profesión, y más arriba, hasta los de la nación entera, y más arriba aún, hasta los de la humanidad (pues el horizonte de “Le Sillon” no se detiene en las fronteras de la Patria, sino que se extiende a todos los hombres hasta los confines del mundo), el corazón humano, ensanchado por el amor del bien común, abrazaría a todos los compañeros de la misma profesión, a todos los compatriotas, a todos los hombres. Y he aquí la grandeza y la nobleza humana ideal realizada por la célebre trilogía Libertad, Igualdad, Fraternidad
   
16. El papel que, según ellos, está llamado a desempeñar su elemento moral en la economía y la política. 
Ahora bien, estos tres elementos: político, económico y moral, están subordinados uno a otro, siendo el principal, según hemos dicho, el elemento moral. En efecto, imposible es que viva democracia política alguna si carece de raíces profundas en la democracia económica. Pero, a la vez, ni una ni otra son posibles si no arraigan en tal estado de ánimo que la conciencia posea responsabilidades y fuerzas morales proporcionadas. Pero suponed un estado de ánimo, formado tanto de responsabilidad consciente como de fuerzas morales, entonces la democracia económica se desenvolverá naturalmente, traduciéndose en actos de esa conciencia y de esas fuerzas. Del mismo modo y por igual camino saldrá del régimen corporativo la democracia política. Y la democracia política y la económica, ésta como soporte de aquélla, quedarán asentadas en la conciencia aun del pueblo sobre fundamentos inquebrantables. 
   
17. La educación democrática “sillonista” consiste exclusivamente en cultivar la conciencia y la responsabilidad cívicas. 
Tal es, en resumen, la teoría, se podría decir, el sueño, de “Le Sillon”. A esto tiende su enseñanza, y lo que llama educación democrática del pueblo, es a saber, a levantar al sumo grado la conciencia y la responsabilidad cívicas de cada ciudadano, de donde fluirá la democracia económica y la política, y el reinado de la justicia, de la igualdad y de la fraternidad
  
2° Refutación de los errores. 
    
18. En resumen, la teoría “sillonista” falsea la doctrina católica al respecto. 
Esta rápida exposición, Venerables Hermanos, os muestra ya claramente cuánta razón teníamos de decir que “Le Sillon” opone doctrina a doctrina, que edifica su sociedad sobre una teoría contraria a la Verdad Católica y que falsea las nociones esenciales y fundamentales que regulan las relaciones sociales de toda sociedad humana. Las siguientes consideraciones pondrán todavía más de realce dicha oposición.
  
a) Del error sobre la autoridad 
   
19. La autoridad pública procede de Dios, no del pueblo ni puede ser revocada por el pueblo.
Le Sillón coloca primordialmente la autoridad pública en el pueblo, del cual deriva inmediatamente a los gobernantes, de tal manera, sin embargo, que continúa residiendo en el pueblo. Ahora bien, León XIII ha condenado formalmente esta doctrina en su encíclica Diuturnum illud sobre el poder político, donde dice: “Muchos de nuestros contemporáneos, siguiendo las huellas de aquellos que en el siglo pasado se dieron a sí mismos el nombre de filósofos, afirman que toda autoridad viene del pueblo, por lo cual, los que ejercen el poder no lo ejercen como cosa propia, sino como mandato o delegación del pueblo, y de tal manera que tiene rango de ley la afirmación de que la misma voluntad que entregó el poder puede revocarlo a su antojo. Muy diferente es en este punto la Doctrina Católica, que pone en Dios, como en principio natural y necesario, el origen de la autoridad política” (3).
   
Sin duda “Le Sillon” hace derivar de Dios esta autoridad que coloca primeramente en el pueblo, pero de tal suerte que la “autoridad sube de abajo hacia arriba, mientras que, en la organización de la Iglesia, el poder desciende de arriba hacia abajo” (4). Pero, además de que es anormal que la delegación ascienda, puesto que por su misma naturaleza desciende, León XIII ha refutado de antemano esta tentativa de conciliación de la doctrina católica con el error del filosofismo. Porque prosigue: “Es importante advertir en este punto que los que han de gobernar el Estado, pueden ser elegidos en determinados casos por la voluntad y el juicio de la multitud, sin que la Doctrina Católica se oponga o contradiga esta elección. Con esta elección se designa el gobernante, pero no se le confieren los derechos del poder. Ni se entrega el poder como un mandato, sino que se establece la persona que lo ha de ejercer”(5). 
   
20. La negación de la autoridad en la utopía y el absurdo de la sociedad “sillonista”… necesidad de la autoridad y de la obediencia, que no coartan la libertad.
Por otra parte, si el pueblo permanece como sujeto detentador de poder, ¿en qué queda convertida la autoridad? Una sombra, un mito: no hay ya ley propiamente dicha, no existe ya la obediencia. “Le Sillon” lo ha reconocido porque, como exige, en nombre de la dignidad humana, la triple emancipación política, económica e intelectual, la ciudad futura por la que trabaja no tendrá ya ni dueños ni servidores. En ella todos los ciudadanos serán libres, todos camaradas, todos reyes. Una orden, un precepto, sería un atentado contra la libertad, la subordinación a una superioridad cualquiera sería una disminución del hombre, la obediencia, una decadencia. ¿Es así, venerables hermanos, como la doctrina tradicional de la Iglesia nos presenta las relaciones sociales en la ciudad, incluso en la más perfecta posible? ¿Es que acaso toda sociedad de seres independientes y desiguales por naturaleza no tiene necesidad de una autoridad que dirija su actividad hacia el bien común y que imponga su ley? Y si en la sociedad se hallan seres perversos (los habrá siempre), ¿no deberá la autoridad ser tanto más fuerte cuanto más amenazador sea el egoísmo de los malvados?
    
Además, ¿se puede afirmar con alguna sombra de razón que hay incompatibilidad entre la autoridad y la libertad, a menos que uno se engañe groseramente sobre el concepto de libertad? ¿Se puede enseñar que la obediencia es contraria a la dignidad humana y que el ideal sería sustituir la obediencia por la “autoridad consentida”? ¿Es que acaso el apóstol San Pablo no tuvo a la vista la sociedad humana en todas sus etapas posibles, cuando ordenaba a los fieles estar sometidos a toda autoridad? (6) ¿Es que la obediencia a los hombres en cuanto representantes legítimos de Dios es decir, en fin de cuentas, la obediencia a Dios, rebaja al hombre y lo sitúa vilmente por debajo de sí mismo? ¿Es que el estado religioso, fundado sobre la obediencia, sería contrario al ideal de la naturaleza humana? ¿Es que los santos, que han sido los más obedientes de los hombres, eran esclavos o degenerados? ¿Es que, finalmente, podemos imaginar un estado social en el que Jesucristo, venido de nuevo a la tierra, no diera ya el ejemplo de la obediencia y no dijera ya: Dad al César lo que es del César ya Dios lo que es de Dios? (7) 
  
b) Del error sobre la justicia e igualdad 
   
21. La desigualdad no es injusticia; ni la democracia, el único régimen justo ni goza de especial privilegio.
Le Sillon, que enseña estas doctrinas y las practica en su vida interior, siembra, por tanto, entre vuestra juventud católica nociones erróneas y funestas sobre la autoridad, la libertad y la obediencia. No es diferente lo que sucede con la justicia y la igualdad. “Le Sillon” se esfuerza, así lo dice, por realizar una era de igualdad, que sería, por esto mismo, una era de justicia mejor. ¡Por esto, para él, toda desigualdad de condición es una injusticia o, al menos, una justicia menor! Principio totalmente contrario a la naturaleza de las cosas, productor de envidias y de injusticias y subversivo de todo orden social. ¡De esta manera la democracia es la única que inaugurará el reino de la perfecta justicia! ¿No es esto una injuria hecha a las restantes formas de gobierno, que quedan rebajadas de esta suerte al rango de gobiernos impotentes y peores? Pero, además, “Le Sillon” tropieza también en este punto con la enseñanza de León XIII. Habría podido leer en la encíclica ya citada sobre el poder político que, “salvada la justicia, no está prohibida a los pueblos la adopción de aquel sistema de gobierno que sea más apto y conveniente a su manera de ser o a las instituciones y costumbres de sus mayores” (8) y la encíclica hace alusión a la triple forma de gobierno de todos conocida (Monarquía, Aristocracia y Democracia). Supone, pues, que la justicia es compatible con cada una de ellas. Y la encíclica sobre la condición de los obreros, ¿no afirma claramente la posibilidad de restaurar la justicia en las organizaciones actuales de la sociedad, al indicar los medios de esta restauración? Ahora bien, sin duda alguna, León XIII hablaba no de una justicia cualquiera, sino de la justicia perfecta. Al enseñar, pues, que la justicia es compatible con las tres formas de gobierno conocidas, enseñaba que, en este aspecto, la democracia no goza de un privilegio especial. Los sillonistas, que pretenden lo contrario o bien rehúsan oír a la Iglesia o bien se forman de la justicia y de la igualdad un concepto que no es católico
   
c) Del error sobre la fraternidad 
  
22. El falso y débil fundamento de la fraternidad, que se pone en el interés común o en la simple humanidad. 
Lo mismo sucede con la noción de la fraternidad, cuya base colocan en el amor de los intereses comunes, o, por encima de todas las filosofías y de todas las religiones en la simple noción de humanidad, englobando así en un mismo amor y en una igual tolerancia a todos los hombres con todas sus miserias, tanto intelectuales y morales como físicas y temporales.
    
Ahora bien, la Doctrina Católica nos enseña que el primer deber de la caridad no está en la tolerancia de las opiniones erróneas, por muy sinceras que sean, ni en la indiferencia teórica o práctica ante el error o el vicio en que vemos caídos a nuestros hermanos, sino en el celo por su mejoramiento intelectual y moral no menos que en el celo por su bienestar material. Esta misma Doctrina Católica nos enseña también que la fuente del amor al prójimo se halla en el amor de Dios, Padre común y fin común de toda la familia humana, y en el amor de Jesucristo, cuyos miembros somos, hasta el punto de que aliviar a un desgraciado es hacer un bien al mismo Jesucristo. Todo otro amor es ilusión o sentimiento estéril y pasajero. 
  
La caridad cristiana y Jesucristo mismo, la verdadera base de la fraternidad humana.
   
Ciertamente, la experiencia humana está ahí, en las sociedades paganas o laicas de todos los tiempos, para probar que, en determinadas ocasiones, la consideración de los intereses comunes o de la semejanza de naturaleza pesa muy poco ante las pasiones y las codicias del corazón. No, Venerables Hermanos, no hay verdadera fraternidad fuera de la caridad cristiana, que por amor a Dios y a su Hijo Jesucristo, nuestro Salvador, abraza a todos los hombres, para ayudarlos a todos y para llevarlos a todos a la misma fe y a la misma felicidad del Cielo.
 
Al separar la fraternidad de la caridad cristiana así entendida, la democracia, lejos de ser un progreso, constituiría un retroceso desastroso para la civilización. Porque, si se quiere llegar, y Nos lo deseamos con toda nuestra alma, a la mayor suma de bienestar posible para la sociedad y para cada uno de sus miembros por medio de la fraternidad, o, como también se dice, por medio de la solidaridad universal, es necesaria la unión de los espíritus en la verdad, la unión de las voluntades en la moral, la unión de los corazones en el amor de Dios y de su Hijo Jesucristo. Esta unión no es realizable más que por medio de la caridad católica, la cual es, por consiguiente, la única que puede conducir a los pueblos en la marcha del progreso hacia el ideal de la civilización
   
d) Del error sobre la dignidad de la persona humana 
   
23. El origen de todas las falsas nociones sociales es la equivocada idea de la dignidad humana.
Finalmente, en la base de todas las falsificaciones de las nociones sociales fundamentales, “Le Sillon” coloca una idea falsa de la dignidad humana. Según él, el hombre no será verdaderamente hombre, digno de este nombre, más que el día en que haya adquirido una conciencia luminosa, fuerte, independiente, autónoma, pudiendo prescindir de todo maestro, no obedeciendo más que a sí mismo, y capaz de asumir y de cumplir sin falta las más graves responsabilidades. Grandilocuentes palabras, con las que se exalta el sentimiento del orgullo humano, sueño que arrastra al hombre sin luz, sin guía y sin auxilios por el camino de la ilusión, en el que, aguardando el gran día de la plena conciencia, será devorado por el error y las pasiones. Además, ¿cuándo vendrá este gran día? A menos que cambie la naturaleza humana (cosa que no está al alcance de le Sillon), ¿vendrá ese día alguna vez? ¿Es que los santos, que han llevado la dignidad humana a su apogeo, tenían esa pretendida dignidad? Y los humildes de la tierra, que no pueden subir tan alto y que se contentan con modestamente su surco en el puesto que la Providencia les ha señalado, cumpliendo enérgicamente sus deberes en la humildad, la obediencia y la paciencia cristiana, ¿no serán dignos de llamarse hombres, ellos a quienes el Señor sacará un día de su condición obscura para colocarlos en el Cielo entre los príncipes de su pueblo? 
   
24. Existen aún otros aspectos erróneos.
Pero basta ya de reflexiones sobre los errores de “Le Sillon”, pues si pretendiéramos agotar la materia, habríamos de llamar vuestra atención sobre otros dictámenes suyos igualmente errados y peligrosos: verbigracia, sobre la manera de entender el poder coercitivo de la Iglesia. Importa ver ahora la influencia de estos errores en la conducta práctica de “Le Sillon” y en su acción social. 
   
3° Rechazo de sus prácticas erróneas y de su indisciplinada acción social 
    
25. La camaradería absoluta entre ellos y la eliminación práctica de diferencias.
Las doctrinas de “Le Sillon” no quedan en el dominio de la abstracción filosófica. Son enseñadas a la juventud católica y, además, se hacen ensayos para vivirlas. “Le Sillon” se considera como el núcleo de la ciudad futura, y la refleja, por consiguiente, lo más fielmente posible. En efecto, no hay jerarquía en "Le Sillon". La minoría que lo dirige se ha destacado de la masa por selección, es decir, imponiéndose a ella por su autoridad moral y por sus virtudes. La entrada es libre, como es libre también la salida. Los estudios se hacen allí sin maestro, todo lo más, con un consejero. Los círculos de estudio son verdaderas cooperativas intelectuales, en las que cada uno es al mismo tiempo maestro y discípulo. La camaradería más absoluta reina entre los miembros y pone en contacto total sus almas, de aquí el alma común de “Le Sillon”. Se le ha definido “una amistad”. El mismo sacerdote, cuando entra en él, abate la eminente dignidad de su sacerdocio y, por la más extraña inversión de papeles, se hace discípulo, se pone al nivel de sus jóvenes amigos y no es más que un camarada
   
26. Quebranto consiguiente del respeto y de la obediencia en esa falsa sociedad y espíritu peligroso.
En estas costumbres democráticas y en las teorías sobre la ciudad ideal que las inspira, reconoceréis, venerables hermanos, causa secreta de los fallos disciplinarios que tan frecuentemente habéis debido reprochar a “Le Sillon”. No es extraño que no hayáis encontrado en los jefes y en sus camaradas así formados, fuesen seminaristas o sacerdotes, el respeto, la docilidad y la obediencia que son debidos a vuestra persona y a vuestra autoridad, que sintáis de parte de ellos una sorda oposición, y que tengáis el dolor de verlos apartarse totalmente, o, cuando son forzados por la obediencia, de entregarse con disgusto a las obras no sillonistas.
   
Vosotros sois el pasado para ellos, ellos son los pioneros de la civilización futura. Vosotros representáis la jerarquía, las desigualdades sociales, la autoridad y la obediencia: instituciones envejecidas, a las cuales las almas de ellos, estimuladas por otro ideal, no pueden plegarse. Nos tenemos sobre este estado de espíritu el testimonio de hechos dolorosos, capaces de arrancar lágrimas; y Nos no podemos, a pesar de nuestra longanimidad, substraernos a un justo sentimiento de indignación. ¡Porque se inspira a vuestra juventud católica la desconfianza hacia la Iglesia, su madre! Se le enseña que, después de diecinueve siglos, la Iglesia no ha logrado todavía en el mundo constituir la sociedad sobre sus verdaderas bases, que no ha comprendido las nociones sociales de la autoridad, de la libertad, de la igualdad, de la fraternidad y de la dignidad humana; que los grandes obispos y los grandes monarcas que han creado y han gobernado tan gloriosamente a Francia no han sabido dar a su pueblo ni la verdadera justicia ni la verdadera felicidad, ¡porque no tenían el ideal de “Le Sillon”! El soplo de la Revolución ha pasado por aquí, y Nos podemos concluir que, si las doctrinas sociales de “Le Sillon” son erróneas su espíritu es peligroso, y su educación, funesta
    
III. LA IGLESIA Y “LE SILLON” 
   
1° La doctrina de Le Sillon no satisface a la Iglesia 
  
27. Pretenden ser los mejores católicos. 
Pero, entonces, ¿qué debemos pensar de la acción de “Le Sillon” en la Iglesia, de “Le Sillon”, cuyo catolicismo es tan puntilloso que, si no se abraza su causa, se sería a sus ojos un enemigo interior del catolicismo y no se comprendería para nada ni el Evangelio ni a Jesucristo? Juzgamos necesario insistir sobre esta cuestión porque es precisamente su ardor católico el que ha valido a “Le Sillon”, hasta en estos últimos tiempos, valiosos alientos e ilustres sufragios. Pues bien, ante las palabras y los hechos, Nos estamos obligados a decir que, tanto en su acción como en su doctrina, “Le Sillon” no satisface a la Iglesia
   
a) Por admitir sólo la forma democrática 
   
28. Su catolicismo es deficiente porque admite sólo el régimen democrático.
En primer lugar, su catolicismo no se acomoda más que a la forma de gobierno democrática, que juzga ser la más favorable a la Iglesia e identificarse por así decirlo con ella. “Le Sillon” enfeuda, pues, su religión a un partido político. Nos no tenemos que demostrar que el advenimiento de la democracia universal no significa nada para la acción de la Iglesia en el mundo. Hemos recordado ya que la Iglesia ha dejado siempre a las naciones la preocupación de darse el gobierno que juzguen más ventajoso para sus intereses. Lo que Nos queremos afirmar una vez más, siguiendo a nuestro predecesor, es que hay un error y un peligro en enfeudar, por principio, el catolicismo a una forma de gobierno, error y peligro que son tanto más grandes cuando se identifica la religión con un género de democracia cuyas doctrinas son erróneas. Este es el caso de “Le Sillon”, el cual, comprometiendo de hecho a la Iglesia en favor de una forma política especial, divide a los católicos, arranca a la juventud, e incluso a los sacerdotes y a los seminaristas, de la acción simplemente católica y malgasta, a fondo perdido, las fuerzas vivas de una parte de la nación
   
b) Por prescindir de la religión 
   
29. El “sillonista” prescinde prácticamente de su Religión y proclamándose católico no defiende su catolicismo. 
Y ved, Venerables Hermanos, una sorprendente contradicción: precisamente invocando el principio de que la Religión debe dominar sobre todos los partidos, se abstiene “Le Sillon” de defender la Iglesia combatida. No es esta, en verdad, la que a la arena política ha descendido, antes bien la han arrastrado a ella para mutilarla y despojarla. Y siendo esto así, ¿no deben los Católicos usar de las armas políticas que tienen en sus manos para defenderla, y también para obligar a la política a mantenerse en su terreno y no ocuparse con la Iglesia más que para darle lo que le es debido? Pues bien, a vista de las tropelías que se perpetran contra la Iglesia, se ve frecuentemente con dolor a los “sillonistas” cruzarse de brazos, si no les tiene en cuenta defenderla, véseles dictar o sostener un programa que por ningún lado, ni en ningún grado, descubre al Católico, sin que esto sea obstáculo para que esos mismos hombres confiesen su fe en plena lucha política, al golpe de alguna provocación, dando así a entender que hay dos hombres en el “sillonista”: el individuo que es Católico; y el “sillonista”, el hombre de acción, que es neutro
    
30. “El más grande Surco” como unión moral de todas las religiones y sectas, con total independencia de la Religión.
Hubo un tiempo en que “Le Sillon”, como tal, era formalmente católico. En materia de fuerza moral, no reconocía más que una, la fuerza católica, e iba proclamando que la democracia sería católica o no sería democracia. Vino un momento en que se operó una revisión. Dejó a cada uno su religión o su filosofía. Cesó de llamarse católico, y a la fórmula “La democracia será católica”, sustituyó esta otra: “La democracia no será anticatólica”, de la misma manera que no será antijudía o antibudista. Esta fue la época del plus grand Sillon. Se llamó para la construcción de la ciudad futura a todos los obreros de todas las religiones y de todas las sectas. Sólo se les exigió abrazar el mismo ideal social, respetar todas las creencias y aportar una cierta cantidad de fuerzas morales. Es cierto, se proclamaba, “los jefes de “Le Sillon” ponen su fe religiosa por encima de todo. Pero ¿pueden negar a los demás el derecho de beber su energía moral allí donde les es posible? En compensación, quieren que los demás respeten a ellos su derecho de beberla en la fe católica. Exigen, por consiguiente, a todos aquellos que quieren transformar la sociedad presente en el sentido de la democracia, no rechazarse mutuamente a causa de las convicciones filosóficas o religiosas que pueden separarlos, sino marchar unidos, sin renunciar a sus convicciones, pero intentando hacer sobre el terreno de las realidades prácticas la prueba de la excelencia de sus convicciones personales. Tal vez sobre este terreno de la emulación entre almas adheridas a diferentes convicciones religiosas o filosóficas podrá realizarse la unión” (9). Y se declara al mismo tiempo (¿cómo podía realizarse esto?) que el pequeño “Le Sillon” católico sería el alma del gran “Le Sillon” cosmopolita.
   
“Surcos” democráticos independientes para cada religión y secta.
   
Recientemente, el nombre del plus grand “Le Sillon” ha desaparecido, y una nueva organización ha intervenido, sin modificar, todo lo contrario, el espíritu y el fondo de las cosas “para poner orden en el trabajo y organizar las diversas fuerzas de actividad. “Le Sillon” queda siempre como un alma, un espíritu, que se mezclará a los grupos e inspirará su actividad”, y todos los grupos nuevos quedan en apariencia autónomos: A los católicos, a los protestantes, a los librepensadores se les pide que se pongan a trabajar. “Los camaradas católicos trabajarán entre ellos en una organización especial para instruirse y educarse. Los demócratas protestantes y librepensadores harán lo mismo por su parte. Todos, católicos, protestantes y librepensadores, tendrán muy en su corazón armar a la juventud, no para una lucha fratricida, sino para una generosa emulación en el terreno de las virtudes sociales y cívicas” (10). 
   
c) Por pretender establecer una justicia fuera de la Religión
   
31. La civilización supone la moral, y la moral, Religión. Por eso en las realidades prácticas importa la convicción religiosa. 
Estas declaraciones y esta nueva organización de la acción sillonista provocan graves reflexiones. He aquí, fundada por católicos, una asociación interconfesional para trabajar en la reforma de la civilización, obra religiosa de primera clase, porque no hay verdadera civilización sin la civilización moral, y no hay verdadera civilización moral sin la verdadera religión: esta es una verdad demostrada, éste es un hecho histórico y los nuevos sillonistas no podrán pretextar que ellos trabajarán solamente “en el terreno de las realidades prácticas”, en el que la diversidad de las creencias no importa.
   
Su jefe siente tan claramente esta influencia de las convicciones del espíritu sobre el resultado de la acción, que les invita, sea la que sea la religión a que pertenecen, a “hacer en el terreno de las realidades prácticas la prueba de la excelencia de sus convicciones personales”. Y con razón, porque las realizaciones prácticas revisten el carácter de las convicciones religiosas, de la misma manera que los miembros de un cuerpo hasta en sus últimas extremidades reciben su forma del principio vital que los anima. 
   
32. La “Junta democrática de Acción Social” propicia una imposible y peligrosa mezcolanza de religiones y convicciones. 
Esto supuesto, ¿qué pensar de la promiscuidad en que se encontrarán colocados los jóvenes católicos con heterodoxos e incrédulos de toda clase en una obra de esta naturaleza? ¿No es ésta mil veces más peligrosa para ellos que una asociación neutra? ¿ Qué pensar de este llamamiento a todos los heterodoxos y a todos los incrédulos para probar la excelencia de sus convicciones sobre el terreno social, en una especie de concurso apologético, como si este concurso no durase ya hace diecinueve siglos, en condiciones menos peligrosas para la fe de los fieles y con toda honra de la Iglesia Católica?
   
¿Qué pensar de este respeto a todos los errores y de la extraña invitación, hecha por un católico, a todos los disidentes para fortificar sus convicciones por el estudio y para hacer de ellas fuentes siempre más abundantes de fuerzas nuevas? ¿Qué pensar de una asociación en que todas las religiones e incluso el libre pensamiento pueden manifestarse en alta voz, a su capricho? Porque los sillonistas, que en las conferencias públicas y en otras partes proclaman enérgicamente su fe individual, no pretenden ciertamente cerrar la boca a los demás e impedir al protestante afirmar su protestantismo y al escéptico su escepticismo.
   
¿Qué pensar, finalmente, de un católico que al entrar en su círculo de estudios deja su catolicismo a la puerta para no asustar a sus camaradas, que, “soñando en una acción social desinteresada, rechazan subordinarla al triunfo de intereses, de grupos o incluso de convicciones, sean las que sean”? Tal es la profesión de fe del nuevo Comité democrático de acción social, que ha heredado el defecto mayor de la antigua organización y que, dice, “rompiendo el equívoco mantenido en torno al plus grand “Le Sillon”, tanto en los medios reaccionarios como en los medios anticlericales”, está abierto a todos los hombres “respetuosos de las fuerzas morales y religiosas y convencidos de que ninguna emancipación social verdadera es posible sin el fermento de un generoso idealismo”.
   
33. No quieren que la acción social “sillonista” aproveche a la Iglesia, en cambio ésta ayuda a aquélla. 
Sí, por desgracia, el equívoco está deshecho: La acción social de “Le Sillon” ya no es católica. el sillonista, como tal, no trabaja para un grupo, y “la Iglesia, dice, no podrá ser por título alguno beneficiaria de las simpatías que su acción podrá suscitar”. ¡Insinuación verdaderamente extraña! Se teme que la Iglesia se aproveche de la acción social de “Le Sillon” con un fin egoísta e interesado, como si todo lo que aprovecha a la Iglesia no aprovechase a la humanidad. Extraña inversión de ideas: es la Iglesia la que sería la beneficiaria de la acción social, como si los más grandes economistas no hubieran reconocido y demostrado que es esta acción social la que, para ser seria y fecunda, debe beneficiarse de la Iglesia
   
d) Por aliarse en su obra a gente de las doctrinas más heterogéneas. 
   
34. Constituye una quimérica empresa reemplazar con un vago idealismo y virtud cívica la obra inmortal de la Iglesia. 
Pero más extrañas todavía, tremendas y dolorosas a la vez, son la audacia y la ligereza de espíritu de los hombres que se llaman católicos, que sueñan con volver a fundar la sociedad en tales condiciones y con establecer sobre la tierra, por encima de la Iglesia católica, “el reino de la justicia y del amor”, con obreros venidos de todas partes, de todas las religiones o sin religión, con o sin creencias, con tal que olviden lo que les divide: sus convicciones filosóficas y religiosas, y que pongan en común lo que les une: un generoso idealismo y fuerzas morales tomadas “donde les sea posible”.
   
Cuando se piensa en todo lo que ha sido necesario de fuerzas, de ciencia, de virtudes sobrenaturales para establecer la ciudad cristiana, y los sufrimientos de millones de mártires, y las luces de los Padres y de los doctores de la Iglesia, y la abnegación de todos los héroes de la caridad, y una poderosa jerarquía nacida del Cielo, y los ríos de gracia divina y todo lo edificado, unido compenetrado por la Vida y el Espíritu de Jesucristo, Sabiduría de Dios, Verbo hecho hombre… cuando se piensa, decimos, en todo esto, queda uno admirado de ver a los nuevos apóstoles esforzarse por mejorarlo con la puesta en común de un vago idealismo y de las virtudes cívicas. ¿Qué van a producir? ¿Qué es lo que va a salir de esta colaboración? Una construcción puramente verbal y quimérica, en la que veremos reflejarse desordenadamente y en una confusión seductora las palabras de libertad, justicia, fraternidad y amor, igualdad y exaltación humana, todo basado sobre una dignidad humana mal entendida. Será una agitación tumultuosa, estéril para el fin pretendido y que aprovechará a los agitadores de las masas menos utopistas. Sí verdaderamente se puede afirmar que “Le Sillon” se ha hecho compañero de viaje del socialismo, puesta la mirada sobre una quimera.
  
35. El “Sillonismo” pretende ser una nueva religión. 
Nos tememos algo todavía peor. El resultado de esta promiscuidad en el trabajo, el beneficiario de esta acción social cosmopolita no puede ser otro que una democracia que no será ni católica, ni protestante, ni judía, sino una religión (porque el sillonismo, sus jefes lo han dicho, es una religión) más universal que la Iglesia católica, reuniendo a todos los hombres, convertidos, finalmente, en hermanos y camaradas en “el reino de Dios”. “No se trabaja para la Iglesia, se trabaja para la humanidad”
   
2° La conducta no católica de “Le Sillon” no satisface a la Iglesia 
   
36. Su catolicismo terminó en apostasía organizada.
Y ahora, penetrados de la más viva tristeza. Nos preguntamos, venerables hermanos, en qué ha quedado convertido el catolicismo de “Le Sillon”. Desgraciadamente, el que daba en otro tiempo tan bellas esperanzas, este río límpido e impetuoso, ha sido captado en su marcha por los enemigos modernos de la Iglesia y no forma ya en adelante más que un miserable afluente del gran movimiento de apostasía, organizado en todos los países, para el establecimiento de una Iglesia universal que no tendrá ni dogmas, ni jerarquía, ni regla para el espíritu ni freno para las pasiones y que, so pretexto de libertad y de dignidad humana consagraría en el mundo, si pudiera triunfar. el reino legal de la astucia y de la fuerza y la opresión de los débiles, de los que sufren y trabajan
    
37. Su nuevo “Evangelio” tiene aspectos irrespetuosos y blasfemos. 
Nos conocemos muy bien los sombríos talleres en que se elaboran estas doctrinas deletéreas, que no deberían seducir a los espíritus clarividentes. Los jefes de “Le Sillon” no han podido defenderse de ellas: la exaltación de sus sentimientos, la ciega bondad de su corazón, su misticismo filosófico mezclado con una parte de iluminismo los han arrastrado hacia un nuevo evangelio, en el que han creído ver el verdadero Evangelio del Salvador, hasta el punto que osan tratar a Nuestro Señor Jesucristo con una familiaridad soberanamente irrespetuosa y al estar su ideal emparentado con el de la Revolución, no temen hacer entre el Evangelio y la Revolución aproximaciones blasfemas que no tienen la excusa de haber brotado de cierta improvisación apresurada. 
    
38. Deforman el verdadero Evangelio y a Cristo, descartando su divinidad y acentuando sus virtudes sociales.
Nos queremos llamar vuestra atención, venerables hermanos, sobre esta deformación del Evangelio y del carácter sagrado de Nuestro Señor Jesucristo, Dios y Hombre, practicada en “Le Sillon” y en otras partes. Cuando se aborda la cuestión social, está de moda en algunos medios eliminar, primeramente la divinidad de Jesucristo y luego no hablar más que de su soberana mansedumbre, de su compasión por todas las miserias humanas, de sus apremiantes exhortaciones al amor del prójimo y a la fraternidad. Ciertamente, Jesús nos ha amado con un amor inmenso, infinito, y ha venido a la tierra a sufrir y morir para que, reunidos alrededor de El en la justicia y en el amor, animados de los mismos sentimientos de caridad mutua, todos los hombres vivan en la paz y en la felicidad. Pero a la realización de esta felicidad temporal y eterna ha puesto, con una autoridad soberana, la condición de que se forme parte de su rebaño, que se acepte su doctrina, que se practique su virtud y que se deje uno enseñar y guiar por Pedro y sus sucesores. Porque, si Jesús ha sido bueno para los extraviados y los pecadores, no ha respetado sus convicciones erróneas, por muy sinceras que pareciesen, los ha amado a todos para instruirlos, convertirlos y salvarlos. Si ha llamado hacia sí, para aliviarlos, a los que padecen y sufren (11), no ha sido para predicarles el celo por una del igualdad quimérica. Si ha levantado a los humildes, no ha sido para inspirarles el sentimiento de una dignidad independiente y rebelde a la obediencia. Si su corazón desbordaba mansedumbre para las almas de buena voluntad, ha sabido igualmente armarse de una santa indignación contra los profanadores de la casa de Dios (12), contra los miserables que escandalizan a los pequeños (13), contra las autoridades que agobian al pueblo bajo el peso de onerosas cargas sin poner en ellas ni un dedo para aliviarlas (14). Ha sido tan enérgico como dulce, ha reprendido, amenazado, castigado, sabiendo y enseñándonos que con frecuencia el temor es el comienzo de la sabiduría (15) y que conviene a veces cortar un miembro para salvar al cuerpo (16). Finalmente, no ha anunciado para la sociedad futura el reino de una felicidad ideal, del cual el sufrimiento quedara desterrado, sino que con sus lecciones y con sus ejemplos ha trazado el camino de la felicidad posible en la tierra y de la felicidad perfecta en el Cielo: el camino de la Cruz. Estas son enseñanzas que se intentaría equivocadamente aplicar solamente a la vida individual con vistas a la salvación eterna. Son enseñanzas eminentemente sociales, y nos demuestran en Nuestro Señor Jesucristo algo muy distinto de un humanitarismo sin consistencia y sin autoridad.

CONCLUSIÓN

Exhortación del Papa 
  
1° A los obispos, sacerdotes y jóvenes de Francia 
   
39. Misión de los obispos, recordar los deberes. 
Vosotros, Venerables Hermanos, proseguid activamente la obra del Salvador de os hombres con la imitación de su mansedumbre y de su energía. Inclinaos a todas las miserias, ningún dolor escape a vuestra solicitud pastoral, ninguna queja os halle indiferentes. Pero predicad también denodadamente a grandes y pequeños sus deberes. A vosotros toca formar la conciencia del pueblo y de los poderes públicos. La cuestión social estará muy cerca de su solución cuando unos y otros, menos exigentes de sus derechos, cumplan exactamente sus deberes
  
Además, como en el conflicto de intereses, y especialmente en la lucha con las fuerzas de los malos, ni la virtud ni aún la santidad bastan siempre para asegurar al hombre el pan de cada día, y como el rodaje social debe ordenarse de suerte que con su juego natural paralice los esfuerzos de los malvados y haga asequible a todos los hombres de buena voluntad su parte legítima de felicidad terrena, ardientemente deseamos que a este fin os intereséis activamente en la organización de la sociedad. Con este fin, en tanto que vuestros sacerdotes se entregarán con celo a la santificación de las almas, a la defensa de la Iglesia y a las obras de caridad propiamente dichas, escogeréis algunos de ellos activos y de espíritu poderoso, provistos de los grados de doctores en filosofía y teología, perfectamente instruidos en la historia de la civilización antigua y moderna, y los dedicaréis a los estudios menos elevados y más prácticos de la ciencia social para ponerlos, en tiempo oportuno, al frente de las obras de acción católica.
   
Mas cuiden esos sacerdotes de no dejarse extraviar en el dédalo de las opiniones contemporáneas por el espejismo de una falsa democracia; no tomen de la retórica de los peores enemigos de la Iglesia, y del pueblo un lenguaje enfático y lleno de promesas tan sonoras como irrealizables. Persuádanse que la cuestión social y la ciencia social no nacieron ayer, que en todas las edades la Iglesia y el Estado concertados felizmente suscitaron para el bienestar de la sociedad organizaciones fecundas, que la Iglesia que jamás ha traicionado la felicidad del pueblo con alianzas comprometedoras, que no tiene que desligarse de lo pasado, antes le basta anudar, con el concurso de los verdaderos obreros de la restauración social, los organismos rotos por la revolución, y adaptarlos, con el mismo espíritu cristiano de que estuvieron animados, al nuevo medio creado por la evolución material de la sociedad contemporánea, porque LOS VERDADEROS AMIGOS DEL PUEBLO NO SON REVOLUCIONARIOS NI INNOVADORES, SINO TRADICIONALISTAS.
   
A esta obra eminentemente digna de vuestro celo pastoral deseamos que la juventud de "Le Sillon", no sólo no ponga obstáculo alguno, sino que, desarraigada de sus errores, aporte en el orden y sumisión convenientes su leal y eficaz concurso. 
   
2° A los jefes de "Le Sillon" 
   
40. Pedido a los jefes y normas para los reacios. Abstención total de sacerdotes y seminaristas.
Volviéndonos ahora, pues, a los jefes de “Le Sillon”, con la confianza de un padre que habla a sus hijos, les pedimos por su bien, por el de la Iglesia y de Francia, que os cedan el puesto. Nos medimos ciertamente la extensión del sacrificio que de ellos solicitamos, pero sabemos que son bastante generosos para realizarlo, y de antemano, en el nombre de Nuestro Señor Jesucristo, de quien somos representantes indignos, les damos por ello Nuestra bendición.
  
En cuanto a los miembros de “Le Sillon”, queremos que se agrupen por diócesis para trabajar bajo la dirección de los obispos respectivos, así en la regeneración cristiana y católica del pueblo como en el mejoramiento de su suerte. Esos grupos diocesanos serán, por de pronto, independientes unos de otros, y a fin de demostrar bien que han roto con los errores pasados, tomarán el nombre de “sillons” católicos (“surcos católicos”), y cada uno de sus miembros añadirán a su título de “sillonista” el mismo calificativo de Católico. Por supuesto que todo “sillonista” católico quedará libre de conservar, por otra parte, sus preferencias políticas, depuradas de todo lo que en la materia no sea enteramente conforme con la doctrina de la Iglesia.
   
Que si hubiese grupos, Venerables Hermanos, que se negasen a someterse a estas condiciones, deberíais entender que de hecho rehúsan someterse a vuestra dirección; y entonces habría que examinar si se ciñen a la política o economía pura, o si perseveran en sus antiguos errores. En el primer caso, es claro que no os habríais de ocupar de ellos más que del común de los fieles; en el segundo, deberíais proceder en la forma conveniente, con prudencia, pero también con firmeza.
  
Los sacerdotes habrán de mantenerse totalmente apartados de los grupos disidentes, contentándose con prestar los auxilios del santo ministerio individualmente a sus miembros y aplicarles en el tribunal de la Penitencia las reglas comunes de la moral relativas a la doctrina y a la conducta. Cuanto a los grupos católicos, los sacerdotes y seminaristas, si bien los favorecerán y secundarán se abstendrán no obstante de agregarse a ellos como miembros. Porque conviene que la milicia sacerdotal se mantenga en una esfera superior a las asociaciones laicas, aun las más útiles y animadas del mejor espíritu. 
   
41. Plegaria del Papa por los sillonistas y Bendición papal. 
Tales son las providencias prácticas con que hemos creído necesario sancionar esta Carta acerca de “Le Sillon” y de los “sillonistas”. Que el Señor se digne, se lo rogamos del fondo del alma, hacer entender a esos hombres y a esos jóvenes las graves razones que la han dictado, que les dé la docilidad del corazón con el valor de probar a la faz de la Iglesia a sinceridad de su fervor católico; y a vosotros, Venerables Hermanos, que Él os dé a sentir para con ellos, pues quedan en adelante vuestros, los afectos de un corazón enteramente paternal. En esta esperanza y para alcanzar tan deseables resultados, Nos os concedemos de todo corazón, así como a vuestro Clero y a vuestro pueblo, la bendición Apostólica. 
   
Dado en Roma, junto a San Pedro, el 23 de agosto de 1910, año octavo de Nuestro Pontificado. Pío, Papa X.
   
NOTAS
  
* Le Sillon fue un movimiento social, fundado en Francia en 1893 por Marc Sangnier. Al principio, el movimiento adhirió a las directivas pontificias. León XIII y San Pío X honraron a Sangnier con alabanzas. El órgano del movimiento era el periódico “Le Sillon” (el surco). Hacia 1903, sin embargo, el movimiento comenzó a involucrarse en cuestiones político-sociales que lo llevaron a convertirse en un “Centro de unidad moral” independiente de la doctrina de la Iglesia. De allí la condenación infligida contra él por San Pío X en 1910.
(1) León XIII, Encíclica Graves de Communi, 18-I-1901.
(2) Efes. I, 10
(3) León XIII, Encíclica Diuturnum illud, 29-VI-1881. 
(4) Marc Sangnier, discurso de Rouen, 1907. 
(5) León XIII, Encíclica Diuturnum illud
(6) Rom. XIII, 1-5; Hebr. XIII, 17.
(7) Luc. XX, 25… Rom. XIII, 7. 
(8) León XIII, Encíclica Diuturnud illud.
(9) Marc Sangnier, discurso de Rouen, 1907.
(10) Marc Sangnier, discurso de Rouen, 1907.
(11) Mat. XI, 28. 
(12) Mat. XXI, 13… Lucas XIX, 46. 
(13) Lucas XVII, 2. 
(14) Mat. XXIII, 4. 
(15) Prov. I, 7… IX,10. 
(16) Mat. XVIII, 8-9.