jueves, 31 de marzo de 2011

SACERDOTE SIN MIEDO

 Desde Apostolado Caballero de la Inmaculada

LA HOMOSEXUALIDAD ES SUBCULTURA DEL MAL

El padre Vsevolod Chaplin, de la Iglesia Ortodoxa Rusa

En un artículo de opinión titulado "Tratamientos de las subculturas de la juventud", redactado por el director del Departamento de Comunicación de la Iglesia Ortodoxa rusa, el religioso ha censurado los "derechos" de la comunidad LGTB y ha expuesto sus opiniones en torno a la erradicación de la homosexualidad. El sacerdote, Vsevolod Chaplin, ha relacionado las drogas y otros elementos similares con los maricas "Existe una subcultura que promueve el consumo de drogas, o al menos justifica dicho consumo como algo fácil que no interfiere en la vida, sino que aumenta, que hace a un hombre conocer supuestamente el verdadero placer, y al parecer servir de inspiración para la creatividad. Como ello, también existe una subcultura del alcoholismo, una subcultura de la homosexualidad: es la subcultura de la depravación, debemos recordarlo siempre".

El sacerdote también ha instado a los colectivos religiosos a seguir oponiéndose a la homosexualidad a pesar de que la sociedad camine hacia el "progreso".

Lo manifestó alegando que "hay que recordar también que, en muchas subculturas, está la propaganda del pecado, la justificación del pecado, la visión romántica del pecado. Debemos ser valientes con esto para decir, sin miedo a estar fuera de la moda, que una subcultura promueve el pecado".

LACRIMABILI STATU IN HISPANIÆ

EL ODIO A LA FE

 ¿Será que tenemos que volver a ver esta escena para reaccionar?

Estaba dudando en titular esta breve entrada con una de las brutales frases pronunciadas por los agresores durante la sacrílega invasión a la capilla universitaria de Somosaguas: «Arderéis como en el 36». Pero la brutalidad de la proclama y el recuerdo de los miles de mártires asesinados y torturados en la Guerra Civil  me han echado para atrás.
  
Lo cierto es que el afán por acabar con la presencia de Dios y sus símbolos en el espacio público tiene mucho de diabólico. No es sólo irreverencia; es simplemente odio a la fe, aversión a Dios, brutalidad contra los símbolos religiosos. No son gamberros ni locos. Es una agresión organizada y sistemática que tiene una versión agresiva y otra intelectual. Esta última pretende abrir un debate sobre la presencia de capillas en las universidades; bueno, en realidad de lo que se trata es de suprimir por las buenas o por las bravas las capillas de las universidades públicas.

¿Cuál es la respuesta a estas agresiones? Evidentemente, la primera y más importante reacción es desagraviar  a Dios con la oración y la celebración de la Santa Misa. Es la respuesta teológica, espiritual y justa. Si no utilizamos las capillas para su fin acabarán cerrándolas. Pero la respuesta teológica no es incompatible con la respuesta jurídica que han llevado a cabo el sindicato Manos Limpias y el Centro Jurídico Tomás Moro. Otra reacción legítima es la ciudadana, en este caso una manifestación convocada por la Asociación de Docentes Santo Tomás de Aquino para el próximo 2 de abril a las 17:00 h. delante del Ministerio de Educación en Madrid. 

¿Son conscientes los nuevos iconoclastas de la mecha que quieren encender y sus consecuencias?

Teresa García-Noblejas

lunes, 28 de marzo de 2011

NUESTRA SEÑORA DEL BUEN SUCESO

En el convento de la Inmaculada Concepción, ubicado en la ciudad de San Francisco de Quito (República de Ecuador) se venera una advocación mariana que se levanta como una señal de esperanza para la Iglesia sufriente y como uno de los últimos llamados a la conversión antes de que surja la ira de Dios Padre. Esta devoción es la de Nuestra Señora del Buen Suceso.

 Imagen de Nuestra Señora del Buen Suceso, venerada en el Convento de la Inmaculada Concepción (Quito, Ecuador)

Breve historia
Era el año 1634 cuando, a las 3 en punto de la madrugada del 2 de febrero, la Madre Mariana de Jesús Torres, abadesa del convento Concepcionista en la ciudad de Quito, vio la lámpara que ardía en el santuario cerca del Santísimo Sacramento parpadear y apagarse, dejando la iglesia en total oscuridad. Sus sentidos se entumecieron, y vio una luz celestial que iluminaba toda la iglesia. Era la Reina del Cielo quien, después de hacer a la mecha prenderse otra vez, dijo estas palabras a la Madre Mariana: "Amada hija de mi corazón, Yo soy María del Buen Suceso, su madre y protectora". Tras profetizar sobre la muerte de la vidente y el futuro del monasterio, Nuestra Señora del Buen Suceso empezó a explicar a la Madre Mariana los varios significados de que se hubiese apagado la lámpara. "En el siglo diecinueve, hacia su final, y a través de la mayor parte del siglo veinte, muchas herejías abundarán en esta tierra, que será entonces una república libre. La preciosa luz de la Fe se extinguirá en las almas debido a la casi total corrupción de las costumbres. Para entonces habrán grandes calamidades, físicas y morales, públicas y privadas. Las pocas almas que preservarán la devoción a la Fe y las virtudes sufrirán cruel e indescriptible congoja, algo así como un prolongado martirio; muchos de ellos irán a la tumba debido a la violencia del sufrimiento y serán considerados mártires que se sacrificaron a sí mismos por la Iglesia y la Nación. Para obtener la libertad de la esclavitud de esas herejías, aquellos a quienes el misericordioso amor de mi Santísimo Hijo haya destinado para tal restauración necesitarán gran fuerza de voluntad, constancia, valor y mucha confianza en Dios. Para probar la Fe y Confianza del Justo, momentos vendrán en que todo parezca perdido y paralizado, pero ellos serán el feliz comienzo de la completa restauración".

"Recen con insistencia, pidiendo a nuestro Padre Celestial que ponga fin a tan malvados tiempos, por el amor del Corazón Eucarístico de mi Santísimo Hijo, y para enviar a esta Iglesia al prelado, mi muy amado hijo, a quien mi Santísimo Hijo y yo amamos con amor de predilección, quien existe para revivir el espíritu de los sacerdotes, por lo que lo dotaremos con habilidades, humildad de corazón, docilidad hacia las inspiraciones divinas, fortaleza para defender los derechos de la Iglesia y un tierno y compasivo corazón para que, como otro Cristo, pueda asistir al grande y al pequeño sin desdén por los más desgraciados que vengan, con dudas y amargura, a buscar la luz de su consejo; y así, con divina suavidad, el podrá guiar a las almas consagradas al servicio divino en los claustros, sin hacer el yugo del Señor pesado para ellos, porque El Mismo dijo: "Mi yugo es dulce y mi carga es liviana". En sus manos será puesta la jerarquía del santuario para que todo pueda ser echo con peso y mesura, y así Dios será glorificado..."

Predicciones de Terribles Castigos
"...todo tipo de castigos vendrán, entre los cuales habrán pestes, hambre, luchas entre las personas y los extranjeros, que guiarán a gran número de almas a la apostasía y la perdición... Y para disipar estas negras nubes que ocultan el día claro de la libertad de la Iglesia, habrá una formidable y temible guerra en la que fluirá la sangre de nativos y extranjeros, de sacerdotes regulares y seculares y también de monjas. Esa noche será la más horrible, porque parecerá a la humanidad que el mal ha triunfado; y entonces mi hora habrá llegado para destronar al orgulloso Satán en una sorprendente manera, aplastándolo bajo mi pie y encadenándolo en los abismos infernales, liberando así finalmente a la Iglesia y la Nación de su cruel tiranía".

Nuestra Señora ordena la fabricación de Su estatua
Una y otra vez la Madre Mariana escuchó sobre las terribles aberraciones morales del siglo veinte y del consecuente castigo por el que pasaría la humanidad. El ardiente corazón de la fundadora no podía aceptar con indiferencia las diabólicas tentativas de destrucción de su trabajo y su convento. Ella incluso imploró a Dios por el milagro de que la mantuviera viva para luchar personalmente contra las fuerzas del mal en el siglo veinte. Sin embargo, la misma Virgen Bendita quiso tomar el mando de la batalla. En 1610 dijo a la abadesa: "Te pido y te ordeno que tengas una estatua mía hecha para la consolación y soporte de mi monasterio y la fe de aquel tiempo (el siglo veinte). El obispo debe darle el nombre de María del Buen Suceso de la Purificación o de Candelaria. Yo tomaré completa posesión de ésta, mi casa, y pondré sobre mí la responsabilidad de mantenerla a salvo y libre de todo daño hasta el fin de los tiempos. "Gabriel, Miguel y Rafael, junto con todo el coro angélico, se harán cargo secretamente de la creación de mi estatua. Para este propósito, tú debes llamar a Francisco del Castillo, que es un hábil escultor, y darle una breve descripción de mis medidas tal como me has visto hoy y siempre".

El 16 de enero de 1611, "temprano en la mañana, las fervientes monjas se levantaron para rezar el Pequeño Oficio. Una vez en el coro escucharon melodiosas armonías, se apresuraron a entrar y mirar. Oh! Prodigio! El coro brilló con una luz celestial y escuchó voces angelicales cantando la Salve Sancta Parens en una suave y encantadora armonía, al sonido de música celestial; y vieron que los arcángeles ya habían terminado la estatua sagrada, cuyo bello semblante envió brillantes rayos de luz al coro y a toda la iglesia. El rostro, en medio de esa luz brillante que emanaba de la estatua, no era severo, sino majestuoso, sereno, dulce, amable y como invitando a sus hijas a acercarse a su madre con confianza. El Divino Niño era perfecto por sí mismo, y su expresión era de amor y ternura por las esposas tan favorecidas por Su Corazón". La veracidad de este milagro está afirmada en un documento escrito a mano por los mismos artistas que habían estado comisionados para esculpir la estatua.

viernes, 25 de marzo de 2011

LA ANUNCIACIÓN A LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA Y LA ENCARNACIÓN DEL VERBO DE DIOS

"Y habiendo entrado el Ángel a donde estaba María, le dijo: Dios te salve, llena eres de gracia, el Señor es contigo, bendita tú eres entre todas las mujeres". (Lucas 1, 28)

La Anunciación

Considera al Arcángel Gabriel entrando a donde estaba María, para anunciarle que la Santísima Trinidad la ha elegido para ser Madre de Dios. Su humildad y su pudor alármanse ante esta noticia; pero es tranquilizada asegurándosele que será madre sin dejar de ser virgen.“Hágase en mí según tu palabra”, exclama; y, al instante, con la sangre purísima de la Virgen Inmaculada, el Espíritu Santo forma el cuerpo adorable de Jesús.


MEDITACIÓN SOBRE LA ANUNCIACIÓN
I. Hoy, María es hecha Madre de Dios; su humildad y su pureza le han valido este inefable honor. ¡Qué alegría me da, oh divina María, veros elevada a tan alto rango de gloria! Mas, puesto que sois Madre de Jesucristo, también lo sois de los cristianos. ¡Ah, cuán consolador es este pensamiento! Sois todopoderosa para socorrerme, porque sois la Madre de Dios; poseéis un corazón henchido de amor por mí, porque sois mi Madre. También yo, si quiero, mediante la fe y la caridad puedo poseer a Jesús en mi corazón. "Si sólo María ha engendrado a Cristo según la carne, todos los cristianos pueden engendrarle en sus corazones por la fe" (San Ambrosio). 

II. Desde hoy, Jesús es nuestro hermano; el amor que nos tiene lo hace semejante a nosotros, a fin de hacernos semejantes a Él. Viene a la tierra para que vayamos al cielo. ¡Os adoro, Verbo encarnado en el seno virginal de María! ¡Quien me diera el poder de haceros una merced tan preciosa como Vos me hicisteis! Oh. Hermano amabilísimo, os ofrezco todas mis acciones, todo mi ser.

III. María es nuestra Madre, Jesús nuestro Hermano: ¿somos dignos hijos de María, dignos hermanos de Jesucristo? María es totalmente pura, humilde y obediente: ¿posees tu esas virtudes? Jesús en todo busca la gloria de su Padre y la salvación de las almas: ¿estás animado tú del mismo celo? ¿No tendría motivo Jesús para quejarse y decir a su Madre: "Los hijos de mi Madre han combatido contra mí"? (Cantar de los Cantares). 

La devoción a la Santísima Virgen. Orad por las congregaciones de María.
 
ORACIÓN
Oh Dios, que habéis querido que vuestro Verbo se encarnase en el seno de la bienaventurada Virgen María en el momento en el que al anunciarle el Ángel este misterio, Ella pronunció su fíat, conceded que nuestras plegarias, mientras honramos a la que firmemente creemos que verdaderamente es Madre de Dios, obtengan el auxilio de su intercesión junto a Vos. Por J. C. N. S. Amén.

jueves, 24 de marzo de 2011

EL FIN DEL MUNDO NO ES EL 21-XII-2012

Actualmente vemos que muchas personas (incluidos algunos "católicos") creen que el Fin del Mundo es el día 21 de Diciembre de 2012. Pero esta creencia en antibíblica y anticristiana. Por medio de este artículo desarrollaré mi tesis principal: NINGUNA PERSONA PUEDE ESTABLECER FECHAS PARA EL APOCALIPSIS.

El mundo (o más bien el diablo) quiere vendernos la idea de que el fin del mundo es en el 2012

Investigando sobre el tema, he encontrado que la creencia del 21-XII-2012 está basada (ENFATIZO) en las "Centurias" de Nostradamus y en las llamadas "Profecías mayas". Para los mayas, ese día concluye la "Cuenta larga de los tiempos" (un calendario en el cual se considera la edad del mundo desde el 3113 AC hasta el 2012 AD); mientras que en Nostradamus (según algunos autores) calculó que el fin llegaría en el 2012.

La creencia del 21-XII-2012 se basa en Nostradamus y las "profecías mayas"

De estas infidencias, se refiere la Escritura con el título de "falsos profetas" y "discusiones vanas", en una palabra, las llama "mentiras del diablo". ¿Por qué?, seguramente te estarás preguntando. Las  razones son las siguientes: Dice la Palabra de Dios, en el capítulo XXIV verso 36 del Evangelio según San Mateo: "En cuanto a ese día y esa hora, nadie los conoce, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre."; y en la primera carta de San Pablo a Timoteo, capítulo IV verso 1 esta escrito: "El Espíritu Santo afirma claramente que en los últimos tiempos habrá algunos que renegarán de su fe, para entregarse a espíritus seductores y doctrinas demoníacas."

 Dios Padre es EL ÚNICO que conoce cuándo será el fin de los tiempos

Además, la Santísima Virgen María, en su aparición en La Salette, advierte: "Lucifer, con gran número de demonios, serán desatados del Infierno; abolirán la fe, aún entre las personas consagradas a Dios... Los malos libros abundarán en la Tierra y los espíritus de las tinieblas extenderán por todas partes un relajamiento universal en todo lo relativo al servicio de Dios." Y en Fátima el mensaje central es que la Apostasía calará en el seno de la Iglesia Católica (lo que incluye la difusión de falsas doctrinas).

Nuestra Señora, como Profetisa de los Últimos Tiempos, nos advierte que estos tiempos son cruciales y decisivos para la Iglesia, y que no debemos prestar oido a las falsas doctrinas

A todo esto, quizá te preguntes "¿qué debo hacer?" Jesús te dice: Permanece en vela y ora constantemente, para que el Dia del Señor no te coja por sorpresa.

Nosotros, como siervos fieles de Cristo debemos guardar esta Palabra: "Velad y orad, pues no sabéis cuando vendrá vuestro Señor" (San Mateo XXIV, 43)

De ahí, los católicos debemos discernir qué palabras vienen de Dios y cuáles no. Y por esto, decir "el fin del mundo es en el 2012" no sólo es mentira, si no también herejía.

En conclusión, la fecha del fin del mundo SÓLO DIOS LA CONOCE, NADIE MÁS; Y EL HOMBRE QUE PRETENDA ESTABLECER FECHAS EXACTAS, SEA TENIDO POR FALSO.

jueves, 17 de marzo de 2011

MENSAJE DE SAN PEDRO DAMIÁN A LOS ABERROSEXUALES: "LLORO PORQUE NO LLORÁIS"

 San Pedro Damián (como todo pastor que se preocupa por su grey) levantó su voz profética contra la sodomía, definiéndola como el mayor y más grave de todos los vicios
“Este vicio (el de la sodomía) no puede compararse en absoluto con ningún otro, pues a todos los supera enormemente. Este vicio es la muerte del cuerpo, perdición del alma; infecta la carne, apaga las luces de la mente, expulsa al Espíritu Santo del templo del corazón, hace que entre el diablo fomentador de la lujuria; induce al error, hurta la verdad de la mente, engañándola; prepara trampas al que camina, cierra la boca del pozo a quien en él cae; abre el infierno, cierra las puertas del Paraíso, transforma al ciudadano de la Jerusalén celeste en habitante de la Babilonia infernal: secciona un miembro de la Iglesia y lo arroja a las codiciosas llamas de encendida Gehenna.

Este vicio busca abatir los muros de la patria celeste y busca reedificar lo que fueron incendiados en Sodoma. Es algo que atropella la sobriedad, que asesina el pudor, que degüella la castidad, que destroza la virginidad con la hoja de una repugnante infección. Todo lo ensucia, todo lo ofende, todo lo mancha y como no tiene en sí nada de puro, nada exento de indecencia, no soporta que nada sea puro. Como dice el apóstol, “todo es puro para los puros, pero para los infieles y contaminados nada es puro” (Tito 1, 15). Este vicio expulsa del coro de la familia eclesiástica y obliga a rezar con los endemoniados y con aquellos que sufren a causa del demonio; separa el alma de Dios para unirla al Diablo.

Esta pestilentísima reina de los sodomitas convierte a quienes se someten a su ley en torpes para los hombres y odiosos para Dios. Exige hacer una abominable guerra contra el Señor, militar bajo las insignias de un espíritu absolutamente malvado; separa del consorcio de los ángeles y con el yugo de su dominación extraña al alma de su nobleza innata. A sus soldados les priva de las armas de la virtud y los expone, para que sean traspasados, a los dardos de todos los vicios. Humilla en la iglesia, condena en el tribunal, corrompe en privado, deshonra en público, roe la conciencia con un gusano, quema la carne como el fuego, empuja a satisfacer la lujuria, y por otro lado teme ser descubierta, mostrarse en público, que los hombres la conozcan. El que mira con aprensión a su mismo cómplice en la perdición, ¿qué no podrá temer?

[…]

La carne arde con el fuego del deseo, la mente tiembla helada por la sospecha, y el corazón del hombre infeliz hierve como un caos infernal: todas las veces que le golpean las espinas del pensamiento, en un cierto sentido, viene torturado con los tormentos del castigo. Una vez que esta venenosísima serpiente ha hincado sus dientes en un alma desgraciada, la pobrecita pierde inmediatamente el control, la memoria se desvanece, la inteligencia se oscurece, se olvida de Dios y hasta de sí misma. Esta peste expulsa el fundamento de la fe, absorbe las fuerzas de la esperanza, destruye el vínculo de la caridad, elimina la justicia, abate el vigor, retira la temperancia, mina el fundamento de la prudencia.

¿Qué debo añadir todavía? En el momento en el que ha desterrado del escenario del corazón humano la lista de todas las virtudes, como quebrando los cerrojos de las puertas, hace entrar en él la bárbara turba de los vicios. A este se le aplica con exactitud aquel versículo de Jeremías (Lament 1, 10) que trata de la Jerusalén terrena: “El enemigo echó su mano a todas las cosas que Jerusalén tenía más apreciables; y ella ha visto entrar en su santuario a los gentiles, de los cuales habías tú mandado que no entrasen en tu iglesia”

El que es devorado por los ensangrentados colmillos de esta famélica bestia, es mantenido lejos, como por cadenas, de cualquier obra buena, y es instigado sin freno que lo contenga, por el precipicio de la más infame perversión. En cuanto se cae en este abismo de total perdición, ipso facto se destierra de la patria celeste, se es separado del Cuerpo de Cristo, rechazados por la autoridad de toda la Iglesia, condenados por el juicio de los Santos Padres, expulsados de la compañía de los ciudadanos de la ciudad celeste. El cielo se vuelve como de hierro, la tierra de bronce: ni se puede ascender a aquél, pues se está lastrado por el peso de crimen, ni sobre aquella podrá por mucho tiempo ocultar sus maldades en el escondrijo de la ignorancia. Ni podrá gozar aquí cuando está vivo, ni siquiera esperar en la otra vida cuando muera, porque ahora deberá soportar el oprobio del escarnio de los hombres y después los tormentos de la condenación eterna.

[…]

¡Lloro por ti, alma infeliz entregada a las porquerías de la impureza, y te lloro con todas las lágrimas que poseo en mis ojos! ¡Qué dolor!

[…]

Compadezco a un alma noble, hecha a imagen y semejanza de Dios y comprada con la Preciosísima Sangre de Cristo, más digna que los grandes edificios y ciertamente más digna de ser antepuesta a todas las construcciones humanas. Por eso me desespera la caída de un alma insigne y por la destrucción del templo en el que habitaba Cristo. Deshaceos en llanto, ojos míos, derramad ríos abundantes de lágrimas y regad, lúgubres, las gotas con un llanto continuo! “Derramen mis ojos sin cesar lágrimas, noche y día, porque la virgen, hija del pueblo mío se halla quebrantada por una gran aflicción, con una llaga sumamente maligna” (Jer. 14, 17). Y ciertamente la hija de mi pueblo ha sido golpeada por una herida mortal, porque el alma, que era hija de la Santa Iglesia ha sido cruelmente herida por el enemigo del género humano con el dardo de la impureza; y a ella, que en la corte del rey eterno era suavemente alimentada con la leche de los sagrados parlamentos, ahora se la ve tumbada, tumefacta y cadavérica, mortalmente infectada por el veneno de la líbido, entre las cenizas ardientes de Gomorra. “Aquellos que comían con más regalo han perecido en medio de las calles; cubiertos se ven de basura los que se criaban entre púrpura” (Lam. 4, 5). ¿Por qué? El profeta prosigue y dice: “Ha sido mayor el castigo de las maldades de la hija de mi pueblo que el del pecado de Sodoma; la cual fue destruida en un momento” (Lam. 4, 6). Y ciertamente la maldad del alma cristiana supera el pecado de los sodomitas, porque cada uno peca tanto más cuanto más rechaza los preceptos de la gracia evangélica: el conocimiento de la ley evangélica lo fija, para que no pueda encontrar remedio con ninguna excusa. ¡Helas!, alma desgraciada, ¡helas! ¿Pero porque no te das cuenta de la altura de la dignidad de la que has caído y de cómo te has despojado del honor de una gloria y de un esplendor inmenso?

[... ]

Y tú dices: “Soy rico, y estoy enriquecido, y no tengo necesidad de ninguna cosa; y no conoces que tú eres un desventurado y miserable y pobre y ciego y desnudo” (Ap. 3,17). ¡Infeliz, date cuenta de qué oscuridad ha envuelto tu corazón; advierte lo densa que es la tiniebla de la niebla que te rodea!

[...]

¡Ay de ti, alma desgraciada! Por tu perdición se entristecen los ángeles, mientras que el enemigo aplaude exultante. Te has convertido en prenda del demonio, botín de los malvados, despojo de los impíos. “Abrieron contra ti su boca todos tus enemigos; daban silbidos y rechinaban sus dientes, y decían: ‘Nosotros nos la tragaremos. Ya llegó el día que estábamos aguardando. Ya vino, ya lo tenemos delante’”. Por esto, ¡oh alma miserable!, yo te lloro con todas mis lágrimas: porque no te veo llorar a ti.

[... ]

Si tú te humillases de verdad, yo exaltaría con todo mi corazón en el Señor por tu renacimiento espiritual. Si un verdadero y angustiante arrepentimiento golpease la profundidad de tu corazón, yo podría con justicia gozar de una alegría inimaginable. Por esta razón, alma, eres por encima de todo digna de llanto: ¡porque no lloras! Se hace necesario el dolor de los demás, desde el momento que no experimentas dolor por el peligro de la ruina que te amenaza; y eres digna de condoler con las más amargas lágrimas de la compasión fraterna porque ningún dolor te turba y no te puedes dar cuenta de la envergadura de tu desolación. ¿Por qué finges no ser consciente del peso de tu condenación? ¿Por qué no detienes este continuo acumular la ira divina sobre ti, bien enfangándote en los pecados, bien ensalzándote en la soberbia?"

San Pedro Damián
[Del Liber Gomorrhianus (Libro Gomorriano). Traducción: El brigante]
Fuente: http://www.elbrigante.com/
Visto en: Congregación Obispo Alois Hudal.

jueves, 10 de marzo de 2011

EL SANTO VÍA CRUCIS, SEGÚN EL Dr. PLINIO CORRÊA DE OLIVEIRA

Transcrito de "O Legionário" Nº 558, de 18 de Abril de 1943 y reeditado en "Catolicismo" Nº 231, de Marzo de 1970. - Vía Plinio Corrêa de Oliveira 
     
     
I Estación: JESÚS ES CONDENADO A MUERTE
   
V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Porque con tu santa Cruz redimiste al mundo.

CONSPIRARON CONTRA VOS, Señor, vuestros enemigos. Sin gran esfuerzo, amotinaron al populacho ingrato, que ahora hierve de odio contra Vos. Odio. Es lo que por todas partes os circunda, os envuelve como una nube densa, se lanza contra Vos como un oscuro y frío vendaval. Odio gratuito, odio furioso, odio implacable: que no se sacia en humillaros, en saturaros de oprobios, en llenaros de amargura; vuestros enemigos os odian tanto, que ya no soportan vuestra presencia entre los vivos, y quieren vuestra muerte. Quieren que desaparezcáis para siempre, que enmudezca el lenguaje de vuestros ejemplos y la sabiduría de vuestras enseñanzas. Os quieren muerto, aniquilado, destruido. Sólo así habrán aplacado el torbellino de odio que en sus corazones se levanta.
  
Siglos incluso antes que nacierais, ya el Profeta preveía ese odio que suscitaría la luz de las verdades que anunciaríais, el brillo divino de las virtudes que tendríais: "¿Pueblo mío, qué te hice Yo, en qué por ventura te he contristado?" (Miq. 6, 3). E interpretando vuestros sentimientos, la Sagrada Liturgia exclama a los infieles de entonces y de hoy: "¿Qué más debía Yo haber hecho por ti, y no lo hice? Yo te planté como viña escogida y preciosa: y tú te convertiste en excesiva amargura para Mí; vinagre me diste a beber en mi sed, y traspasasteis con una lanza el costado de tu Salvador" (Improperios).
  
Tan fuerte fue el odio que contra Vos se levantó, que la propia autoridad de Roma, que juzgaba al mundo entero, se abatió acobardada, retrocedió y cedió ante el odio de los que sin causa alguna os querían matar. La altivez romana, victoriosa en el Rin, en el Danubio, en el Nilo y en el Mediterráneo, se ahogó en el lavabo de Pilatos. 

"Christiánus alter Christus", el cristiano es otro Cristo. Si fuésemos realmente cristianos, esto es realmente católicos, seremos otros Cristos. E, inevitablemente, el torbellino del odio que contra Vos se levantó, también contra nosotros ha de soplar furiosamente.
  
¡Y sopla, Señor! Compadeceos, Dios mío, y dadle fuerzas al pobre niño de colegio, que sufre el odio de sus compañeros porque profesa vuestro Nombre y se rehúsa a profanar la inocencia de sus labios con palabras de impureza. Odio, sí. Tal vez no el odio bajo la forma de una invectiva desabrida y feroz, sino bajo la forma terrible del escarnio, del aislamiento, del desprecio. Dadle fuerzas, Dios mío, al estudiante que vacila en proclamar vuestro Nombre en plena aula, a la vista de un profesor impío y de un enjambre de colegas que se mofa. Dadle fuerzas, Dios mío, a la joven que debe proclamar vuestro Nombre, rehusándose a vestir los trajes que la moda impone, desde que por su extravagancia o inmoralidad desentonen de la dignidad de una verdadera católica. Dadle fuerzas, Dios mío, al intelectual que ve cerrarse delante de sí las puertas de la notoriedad y de la gloria, porque predica vuestra doctrina y profesa vuestro Nombre. Dadle fuerzas, Dios mío, al apóstol que sufre la embestida inclemente de los adversarios de vuestra Iglesia, y la hostilidad mil veces más penosa de muchos que son hijos de la luz, sólo porque no consiente en las diluciones, en las mutilaciones, en las unilateralidades con que los "prudentes" compran la tolerancia del mundo para su apostolado.
  
Ah, Dios mío, ¡cómo son sabios vuestros enemigos! Ellos sienten que en el lenguaje de esos "prudentes", lo que se dice en las entrelíneas es que Vos no odiáis el mal, ni el error, ni las tinieblas. Y entonces aplauden a los prudentes según la carne, como os aplaudirían en Jerusalén, en lugar de mataros, si hubieseis dirigido a los del Sanedrín el mismo lenguaje.

Señor, dadnos fuerzas: no queremos ni pactar, ni retroceder, ni transigir, ni diluir, ni permitir que empalidezca en nuestros labios la divina integridad de vuestra doctrina. Y si un diluvio de impopularidad se abate sobre nosotros, sea siempre nuestra oración la de la Sagrada Escritura: "Preferí ser abyecto en la casa de mi Dios, a vivir en la intimidad de los pecadores" (Salmos, 83, 11).
  
Padre Nuestro. Ave María. Gloria.

V. Ten piedad de nosotros, Señor.
R. Señor, ten piedad de nosotros.

V. Que las almas de los fieles difuntos, por la misericordia de Dios, descansen en paz.
R. Amén.
  
II Estación: JESÚS ACEPTA LA CRUZ DE MANOS DE SUS VERDUGOS
  
V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Porque con tu santa Cruz redimiste al mundo.
  
PERO PARA ESTO, Señor, es necesario paciencia. Paciencia por la cual se deja, de brazos cruzados y de corazón conformado, caer el diluvio sobre la propia cabeza. Paciencia es la virtud por la cual se sufre para un bien mayor. Paciencia es, pues, la capacidad de sufrir para el bien. Necesita de paciencia el enfermo que, golpeado por un mal incurable, acepta resignado el dolor que él le impone. Necesita de paciencia aquel que se inclina sobre los dolores ajenos, para consolarlos como Vos consolasteis, Señor, a los que os buscaban. Necesita de paciencia quien se dedica al apostolado con invencible caridad, atrayendo amorosamente a Vos a las almas que vacilan en las sendas de la herejía o en el lodazal de la concupiscencia. Necesita también de paciencia el cruzado que toma la cruz y va a luchar contra los enemigos de la Santa Iglesia. Es un sufrimiento tomar la iniciativa de la lucha, formar y mantener en pie dentro de sí sentimientos de pugnacidad, de energía, de combatividad, vencer el indiferentismo, la mediocridad, la pereza, y lanzarse como un digno discípulo de Aquel que es el León de Judá, sobre el impío insolente que amenaza al redil de Nuestro Señor Jesucristo. ¡Oh sublime paciencia de los que luchan, combaten, toman la iniciativa, entran, hablan, proclaman, aconsejan, amonestan, y desafían por sí solos toda la soberbia, toda la pertinacia, toda la arrogancia del vicio insolente, del defecto elegante, del error simpático y popular!
  
Vos fuisteis, Señor, un modelo de paciencia. Vuestra paciencia no consistió, sin embargo, en morir abatido debajo de la Cruz cuando os la dieron. Cuenta una piadosa revelación que, cuando recibisteis de la mano de los verdugos vuestra Cruz, Vos la besasteis amorosamente y, tomándola sobre los hombros, con invencible energía la llevasteis hasta lo alto del Gólgota.
  
Dadnos Señor, esa capacidad de sufrir. De sufrir mucho. De sufrir todo. De sufrir heroicamente, no apenas soportando el sufrimiento, sino yendo al encuentro de él, buscándolo, y cargándolo hasta el día en que tengamos la corona de la victoria eterna.
  
Padre Nuestro. Ave María. Gloria.

V. Ten piedad de nosotros, Señor.
R. Señor, ten piedad de nosotros.

V. Que las almas de los fieles difuntos, por la misericordia de Dios, descansen en paz.
R. Amén.
   
III Estación: JESÚS CAE POR PRIMERA VEZ BAJO LA CRUZ
  
V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Porque con tu santa Cruz redimiste al mundo.

QUÉ FÁCIL es hablar del sufrimiento. Lo difícil es sufrir. Vos lo probasteis, Señor. Cómo vuestro divino heroísmo es diferente del heroísmo fatuo y artificial de tanto soldado de las tinieblas. Vos no sonreísteis frente al dolor. No erais, Señor, de los que enseñan que se pasa la vida sonriendo. Cuando vuestra hora llegó, temblasteis, os perturbasteis, sudasteis sangre delante de la perspectiva del sufrimiento. Y en este diluvio de aprehensiones, infelizmente por demás fundadas, está la consagración de vuestro heroísmo. Vencisteis los gritos más imperiosos, las solicitaciones más fuertes, los pánicos más atroces. Todo se doblegó ante vuestra voluntad humana y divina. Por encima de todo, se sobrepuso vuestra determinación inflexible de hacer aquello para lo que habíais sido enviado por vuestro Padre. Y, cuando llevasteis vuestra Cruz por la calle de la amargura, una vez más las fuerzas naturales flaquearon. Caísteis, porque no teníais fuerzas. Caísteis, pero no os dejasteis caer sino cuando del todo no era posible proseguir el camino. Caísteis, pero no retrocedisteis. Caísteis, pero no abandonasteis la Cruz. La conservasteis con Vos, como la expresión visible y tangible de vuestro propósito de llevarla hacia lo alto del Gólgota.
  
Oh Dios mío, dadnos las gracias para que, en la lucha contra el pecado, contra los infieles, podamos quizá caer debajo de la cruz, pero sin jamás abandonar ni el camino del deber ni la arena del apostolado. Sin vuestra gracia, Señor, nada, absolutamente nada podemos. Pero si correspondemos, todo lo podremos. Señor, nosotros queremos corresponder a vuestra gracia.
  
Padre Nuestro. Ave María. Gloria.

V. Ten piedad de nosotros, Señor.
R. Señor, ten piedad de nosotros.

V. Que las almas de los fieles difuntos, por la misericordia de Dios, descansen en paz.
R. Amén.
   
IV Estación: MARÍA SANTÍSIMA VIENE AL ENCUENTRO DE JESÚS
  
V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Porque con tu santa Cruz redimiste al mundo.
 
CARGAR LA CRUZ significa, muchas y muchas veces, renunciar. Renunciar antes que nada a lo ilícito, a lo pecaminoso. Pero renunciar también, y muchas veces, a lo que siendo lícito y hasta admirable en sí, se torna malo o menos perfecto en consecuencia de determinadas circunstancias.
  
En el camino de vuestra Pasión, Señor, disteis un ejemplo terrible, un luminoso y admirable ejemplo de renuncia a lo que es lícito. ¿Qué hay de más lícito, Señor, que las caricias, que el desvelo de vuestra Madre Santísima? Todo cuanto de Ella sabemos es que, por más que sepamos algo, jamás sabremos todo, tal es el océano inconmensurable de perfecciones y de gracias que contiene. Vuestra Madre, Señor, está en vuestro camino. Ella quiere consolaros. Ella quiere consolarse con Vos. Vedla. Cómo es legítimo que os detengáis a lo largo de la vía dolorosa, consolándoos y consolándola. Sin embargo, el momento de la separación después de este rápido coloquio llegó. ¡Oh dilaceración!, es preciso que os separéis el uno del otro. Ni Ella ni Vos, Señor, contemporizáis. El sacrificio sigue su curso. Y Ella queda a la vera del camino… Es mejor no decir cómo, viendo que os distanciáis lentamente vertiendo sangre, con paso incierto y vacilante, en demanda del último y supremo sacrificio. María tiene pena de Vos. Ella os sigue con la mirada, viéndoos solo, en manos de verdugos y de enemigos. ¿Quién os ha de consolar? ¡Oh! voluntad irresistible, arrebatadora, inmensa, de seguir vuestros pasos, de deciros palabras de dulzura que sólo Ella sabe deciros, de amparar vuestro Cuerpo divino, de interponerse entre los verdugos y Vos, y, postrada como quien implora una limosna inestimable, suplicar para Sí un poco de los golpes que os dan, con tal que con esto os hieran un poco menos, no os golpeen tanto la carne inocente. ¡Oh Corazón de Madre, cuánto sufristeis en este lance!
  
Madres de sacerdotes, madres de misioneros, madres de religiosas, cuando sintáis el pesar de tanta separación cruel, pensad en María Santísima que dejó a su Divino Hijo seguir solo, el camino que le trazara la voluntad de Dios. Y pedid que Ella consuele vuestro dichoso dolor.
  
Pero hay, mil y mil veces infelices, otras madres abandonadas. Madres de impíos, madres de libertinos, madres de pecadores, también vosotras a veces quedáis solas en el camino del dolor, mientras vuestros hijos corren por las vías de la perdición. Pedid a Nuestra Señora que os consuele, que os dé aliento y perseverancia, y que ofrezca parte del dolor que en este paso sufrió, para que vuestros hijos puedan volver algún día a vosotras. Pensad en Santa María, y jamás desesperaréis. Para vuestros hijos desviados Nuestra Señora será la Estrella del Mar, que tarde o temprano los reconduzca al puerto.
  
Padre Nuestro. Ave María. Gloria.

V. Ten piedad de nosotros, Señor.
R. Señor, ten piedad de nosotros.

V. Que las almas de los fieles difuntos, por la misericordia de Dios, descansen en paz.
R. Amén.
     
V Estación: EL CIRINEO AYUDA A JESÚS A LLEVAR LA CRUZ
  
V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Porque con tu santa Cruz redimiste al mundo.

SIMÓN CIRINEO venía de lejos. No sabía cuál era la algazara, el alarido, el vocerío que a veces el viento le traía. Una gran fiesta, probablemente, tantas eran las risas, los gritos, las voces, que en animada sucesión se hacían oír. Se aproximó. Fuerte, joven, lleno de vida, parecía en cierto sentido la antítesis del pobre ser de túnica blanca –la túnica de los locos– coronado de espinas, todo ensangrentado, un leproso lleno de llagas, que paciente y lentamente arrastraba la Cruz. El contraste sirvió a los verdugos de inspiración. Lo tomaron para ayudar a Cristo, Señor nuestro, a cargar la Cruz. El Cirineo aceptó. Al principio, tal vez porque era obligado. Después, por piedad. Quedó en la Historia, y, más que esto, conquistó para sí el Reino de los Cielos.
  
¡Cómo es frecuente esta escena! En el camino de nuestra vida, vemos a la Iglesia que pasa, perseguida, azotada, calumniada, odiada, y, Dios mío, a veces hasta traicionada por muchos que se dicen hijos de la luz sólo para poder propagar mejor las tinieblas. Vemos esto. En la apariencia la Iglesia está débil, vacilante, agonizante tal vez. En realidad, Ella es divinamente fuerte, como Jesús. Pero nosotros sólo vemos la debilidad con los ojos de la carne. Y somos tan miopes con los ojos de la fe, que con mucho esfuerzo discernimos la invencible fuerza divina que la conservará siempre y siempre. La Iglesia va a ser derrotada. Va a morir. ¿Poner al servicio de esa perseguida, de esa calumniada, de esa derrotada, la exuberancia de mis fuerzas, de mi juventud, de mi entusiasmo? ¡Nunca! Nos distanciamos. No somos Cirineos. Cuidamos sólo y sólo de nuestros intereses. Seremos abogados prósperos, comerciantes ricos, ingenieros bien ubicados, médicos con buena clientela, periodistas ilustres o prestigiosos maestros. ¡Y es que sólo en el día del Juicio comprenderemos lo que perdimos cuando la Santa Iglesia pasó por nuestro camino, y no la ayudamos!
  
¡Apostolado, apostolado, apostolado! Apostolado saturado de oración, impregnado de sacrificio. Este es el medio por el cual debemos ser Cirineos de la Santa Iglesia.
  
Señor mío, haced que seamos tan fieles a esta gracia cuanto el propio Cirineo. Oh bienaventurado Cirineo, rogad por nosotros.
  
Padre Nuestro. Ave María. Gloria.

V. Ten piedad de nosotros, Señor.
R. Señor, ten piedad de nosotros.

V. Que las almas de los fieles difuntos, por la misericordia de Dios, descansen en paz.
R. Amén.
  
VI Estación: LA VERÓNICA ENJUGA EL ROSTRO DE JESÚS
  
V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. 
R. Porque con tu santa Cruz redimiste al mundo.
  
TODOS SE REÍAN de Vos, Señor mío, todos os herían, os ultrajaban. Vuestro divino Rostro, otrora radiante de hermosura, está ahora enteramente desfigurado. Sólo expresa el dolor, en su forma más aguda, más lacerante.
  
A los ojos de esa turbamulta, ¿qué papel haría quien os consolase, quien tomase vuestro partido, quien se declarase vuestro? Atraería sobre sí mucho del odio, del desprecio, de la humillación que sobre Vos se lanzaba como impetuoso torrente, desde lo íntimo de aquellos corazones empedernidos, y, más aún, desde todas las calles, plazas y callejuelas de la ciudad deicida.
  
La Verónica vio esto. Pero ella no tuvo miedo. Se aproximó de Vos. Os consoló. Y, ¡oh divina recompensa!, vuestro Rostro divino quedó para siempre estampado en el lienzo con que ella quiso enjugarlo.
  
Dios mío, quiera mi corazón consolaros siempre. Y especialmente cuando todos se avergüenzan de Vos, dadme fuerzas para consolaros, proclamando en alto y con fuerza a mi Divino Rey.
  
Como recompensa, no quiero otra sino tener vuestro Rostro estampado en mi corazón.
  
Padre Nuestro. Ave María. Gloria.

V. Ten piedad de nosotros, Señor.
R. Señor, ten piedad de nosotros.

V. Que las almas de los fieles difuntos, por la misericordia de Dios, descansen en paz.
R. Amén.
    
VII Estación: JESÚS CAE POR SEGUNDA VEZ
 
V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. 
R. Porque con tu santa Cruz redimiste al mundo.

CAÍSTEIS UNA VEZ MÁS, Divino Señor. ¡Cómo es duro el camino de la Cruz! Fue durísimo para Vos. Será también durísimo para vuestros seguidores.
  
Hay momentos en que todos los caminos parecen cerrados para nosotros, el Cielo se oscurece, las esperanzas desaparecen, las aprensiones pueblan de negros fantasmas nuestra imaginación. Las fuerzas comienzan a flaquear. No aguantamos más. Aunque caigamos debajo de la cruz, Dios mío, una vez más os suplicamos, por vuestras entrañas misericordiosas, por vuestro Corazón Sagrado, por el amor que tenéis a vuestra Madre, por los dolores crudelísimos que en este paso sufristeis, no permitáis que salgamos del camino del sufrimiento y de la virtud, y que tiremos lejos de nosotros la cruz. Socorrednos entonces, Señor mío de misericordia. Porque lo que queremos es el entero cumplimiento de nuestro deber. 
  
Pero oíd, Dios benigno, la súplica de nuestra debilidad. Por lo mucho que sufristeis, por la superabundancia de vuestros méritos infinitos, mitigad, si es posible, nuestro sufrimiento, tornad más leve nuestra cruz, sed Vos mismo nuestro misericordioso Cirineo, en toda la extensión en que lo permitan nuestra santificación y los supremos intereses de vuestra gloria. Os lo pedimos, Señor, por la omnipotente intercesión de vuestra Madre.
  
Padre Nuestro. Ave María. Gloria.

V. Ten piedad de nosotros, Señor.
R. Señor, ten piedad de nosotros.

V. Que las almas de los fieles difuntos, por la misericordia de Dios, descansen en paz.
R. Amén.
  
VIII Estación: JESÚS CONSUELA A LAS HIJAS DE JERUSALÉN
  
V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Porque con tu santa Cruz redimiste al mundo.

VOS TUVISTEIS a la Verónica, Señor, y al inapreciable, si bien que pesarosísimo, consuelo de vuestra Madre. Y, en este paso, otras mujeres se acercan a Vos. ¡Lloran, gimen, se apiadan de Vos!
  
¿Cómo se llamarían estas buenas mujeres? El Evangelio no lo dice. ¿Cómo las trataban los soldados y el populacho que os martirizaban? Tampoco lo dice el Evangelio. Si ellos hablasen el lenguaje de nuestros días, ciertamente habrían exclamado: ¡Oh beatas!...
  
¡Beatas! Cuántas veces esta palabra se pronuncia con desprecio y dureza, para designar a las personas que sobresalen y se distinguen por su asiduidad a los pies de vuestros altares tantas veces abandonados, en la frecuencia a las ceremonias religiosas durante durante las cuales, a veces, sin ellas las iglesias habrían quedado casi vacías. Con lluvia o buen tiempo, se deslizan por las sombras de la madrugada o del crepúsculo, con paso apresurado. Van hacia la iglesia. Muchas van de prisa, porque tienen que trabajar, o en casa, o fuera. Rezan. Y su oración es a veces tan agradable que, sin aquello que peyorativa e injustamente se volvió convencional llamar beaterío, sería mucho más infeliz cualquier gran ciudad de pecadores de nuestros días.
  
Podrá a veces haber exceso, abuso, mala comprensión de muchas cosas. Pero ¿por qué generalizar la regla? ¿Por qué mirar apenas para las manchas, sin ver la luz de esa piedad perseverante e inextinguible? ¡Cuánto oro en esa escoria! Y cuando, después de haber contemplado así a esas almas entre las cuales muchas tienen tan gran mérito, se oyen ciertas declamaciones doctas contra el beaterío, se tiene el deseo de decir de los declamadores: ¡Señor, cuánta escoria en ese oro!

Ese verdadero beaterío, ese beaterío genuino y sincero ya estuvo a los pies de la Cruz, llorando y gimiendo. ¡Y cuánta gente que gusta decir que Judas no está en el infierno, pero que allí van ciertamente las beatas, quedará pasmado el día del Juicio Final!
  
Señor, aceptad y bendecid esas oraciones que en el curso de vuestra Pasión os fueron dirigidas. Vos disteis a estas pías mujeres su vocación: "Llorad". La vocación de llorar por los castigos que justos e inocentes sufren a consecuencia de los pecados colectivos, esa es su gran vocación. Que ese llanto, Señor, que Vos mismo incitasteis, sirva para que vuestras iglesias queden atestadas de beatos verdaderos, esto es, de bienaventurados de todas las edades y condiciones sociales, nobles, ricos, poderosos, pobres, andrajosos, infelices. Señor, conquistad y atraed a Vos a todas las almas, por las oraciones, el ejemplo y las palabras de las almas fieles, indefectiblemente fieles.
  
Padre Nuestro. Ave María. Gloria.

V. Ten piedad de nosotros, Señor.
R. Señor, ten piedad de nosotros.

V. Que las almas de los fieles difuntos, por la misericordia de Dios, descansen en paz.
R. Amén.
  
IX Estación: JESÚS CAE POR TERCERA VEZ
  
V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Porque con tu santa Cruz redimiste al mundo.
  
HAY MISTERIOS que vuestro Santo Evangelio no narra. Y entre ellos me gustaría saber si me equivoco al suponer que ésta vuestra tercera caída fue hecha, Señor mío, para expiar y salvar a las almas de los prudentes.
  
La prudencia es la virtud por la cual escogemos los medios adecuados para obtener el fin que tenemos en vista. Así, los grandes actos de heroísmo pueden ser tan prudentes cuanto los retrocesos estratégicos. Si el fin es vencer, en un noventa por ciento de los casos es más prudente avanzar que retroceder. No es otra la virtud evangélica de la prudencia.
  
Sin embargo… se entiende que la prudencia es apenas el arte de retroceder. Y, así, el retroceso sistemático y metódico pasó a ser la única actitud reconocida como prudente por muchos de vuestros amigos, Señor mío. 
  
Y por esto se retrocede mucho… ¿La realización de una gran obra para vuestra gloria se ha vuelto muy penosa? Se retrocede por prudencia. ¿La santificación está muy dura? ¿La escalada en la virtud multiplica las luchas en vez de aquietarlas? Se retrocede hacia los pantanos de la mediocridad, para evitar, por prudencia, grandes catástrofes. ¿La salud periclita? Se abandona, por prudencia, todo o casi todo apostolado, se "mediocriza" la vida interior, y se transforma el reposo en el supremo ideal de la vida, porque la vida fue hecha, ante todo, para ser larga. Vivir mucho pasa a ser el ideal, en vez de vivir bien. El elogio ya no sería como el de la Escritura: "En una corta vida recorrió una larga carrera" (Sabiduría 4, 13). Sería, por lo contrario, "tuvo larga vida, para la cual tuvo la sabiduría de renunciar a hacer una gran carrera en las vías del apostolado y de la virtud".
  
Vidas largas, obras pequeñas.
  
¿Y vuestra prudencia cómo fue, oh Modelo divino de todas las virtudes? ¿Cuántos amigos tenéis, que os aconsejarían a renunciar cuando caísteis por primera vez? En la segunda vez, serían legión. Y viéndoos caer por la tercera, ¡cuántos no os abandonarían escandalizados, pensando que erais temerario, falto de sentido común, que queríais violar los manifiestos designios de Dios! 
  
Que este paso de vuestra Pasión nos dé las gracias, Señor, para ser de una invencible constancia en el bien, conociendo perfectamente el camino del verdadero heroísmo, que puede llegar a sus límites más extremos y más sublimes sin jamás confundirse con una vil y presuntuosa temeridad.
  
Padre Nuestro. Ave María. Gloria.

V. Ten piedad de nosotros, Señor.
R. Señor, ten piedad de nosotros.

V. Que las almas de los fieles difuntos, por la misericordia de Dios, descansen en paz.
R. Amén.
   
X Estación: JESÚS ES DESPOJADO DE SUS VESTIDURAS
  
V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Porque con tu santa Cruz redimiste al mundo.
   
NO OS SERÍA EVITADA esta suprema afrenta, Dios mío. ¡Aquel Cuerpo divinamente casto que la Virgen Santísima protegió siempre con las vendas y túnicas que le hacía, aquel Cuerpo indeciblemente puro habría de quedar expuesto a todas las miradas!
  
Dios mío, ¿cómo no suponer que Vos hayáis expiado particularmente en este paso los pecados contra la castidad? El martirio de la desnudez es inmenso para un alma pura. Tiempo hubo en que, en Cartago, las cristianas conducidas a la arena, habiendo vencido milagrosamente a las fieras, fueron sometidas a martirio aún mayor por los magistrados, que las expusieron desnudas delante del auditorio, alegando saber que ellas preferirían mil veces morir despedazadas por las fieras. Y tenían razón. Si así sufrían las mártires, ¿cómo sufristeis Vos, Dios mío? 
  
Y si tan grande es vuestro divino horror a la impureza y a la impudicia, ¿con qué odio no odiáis, Señor, a aquellos que abusan de su riqueza propagando modas indecentes, por medio de representaciones cinematográficas y teatrales, por medio de revistas y fotografías, por medio del ejemplo funesto que las clases altas dan a las más modestas? ¿Cómo no odiáis a aquellos que abusan de su autoridad, forzando a empleadas, a hijas y hasta a esposas, a vestirse de modo indecoroso para seguir las fantasías de la época? De ellos es de quien dijisteis en el Evangelio: "Más le valiera que le colgasen al cuello una de esas piedras de molino que mueve un asno, y así fuese sumergido en lo profundo del mar" (Mt. 18, 6).
  
Dad, a todos los que tienen por obligación combatir a la moda inmoral, coraje para tanto, Dios mío. A los padres, a las madres, a los profesores, a los patrones, y a los miembros de las asociaciones religiosas.
  
Padre Nuestro. Ave María. Gloria.

V. Ten piedad de nosotros, Señor.
R. Señor, ten piedad de nosotros.

V. Que las almas de los fieles difuntos, por la misericordia de Dios, descansen en paz.
R. Amén.
   
XI Estación: JESÚS ES CLAVADO EN LA CRUZ
  
V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Porque con tu santa Cruz redimiste al mundo.
  
CUANDO ABRAHAM, con una docilidad sublime a vuestra voluntad, Dios mío, iba a hacer caer sobre Isaac el cuchillo sacrificador, Vos detuvisteis, misericordiosamente, el curso del sacrificio. Con vuestro Hijo, sin embargo, no actuasteis así. Al contrario, Jesús mío, vuestro sacrificio llegó hasta el fin. Se hizo absolutamente entero. Cargasteis la Cruz hasta lo alto del monte. Y ahora, sois clavado en ella.
   
La Cruz está por tierra, Jesús mío, y Vos acostado en ella. Aumentan cruelmente vuestros dolores. Son tantos que, sin un auxilio sobrenatural, moriríais. Pero vuestra fuerza crece en la medida de vuestra divina misión. Tendréis todo cuanto sea necesario para llegar hasta la última inmolación. 
  
Los laxistas, Señor mío, retroceden. Inficionados de determinismo, no saben que Dios multiplica por la gracia las fuerzas naturales insignificantes de la voluntad humana. Por eso retroceden delante del deber evidente, admiten inhibiciones invencibles donde muchas veces la única realidad es que les falta espíritu de mortificación, y consideran perdidas con honores de guerra muchas batallas de la vida espiritual. En la vida espiritual no se pierde con honores de guerra. Las honras de guerra consisten únicamente en vencer. Y vencer consiste en no dejar la cruz, incluso cuando se cae debajo de ella; consiste en perseverar en medio de los aparentes fracasos de las obras externas, de la adversidad, del agotamiento de todas las fuerzas. Consiste en llevar la cruz hasta lo alto del Gólgota, y, allá, dejarse crucificar.
  
Vos yacéis sobre vuestra Cruz acostado, ¡oh Dios mío! ¡Qué fracaso aparente para el Salvador del mundo, echado en tierra como un gusano, desfigurado como un leproso, y crucificado como un criminal! ¡Dios mío, cuánta y qué espléndida victoria en la realización de vuestros designios, a despecho de todos estos obstáculos!
   
Una vez más, meditando vuestra Pasión, se yergue en nosotros el clamor tumultuoso de nuestra pequeñez. Si es posible, Dios mío, apartad de nosotros el cáliz, pero, si es indispensable, dadnos fuerzas para llegar hasta la crucifixión.
  
Padre Nuestro. Ave María. Gloria.

V. Ten piedad de nosotros, Señor.
R. Señor, ten piedad de nosotros.

V. Que las almas de los fieles difuntos, por la misericordia de Dios, descansen en paz.
R. Amén.
   
XII Estación: JESÚS MUERE EN LA CRUZ
  
V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Porque con tu santa Cruz redimiste al mundo.
  
YA NO ESTÁIS por tierra, Dios mío. La Cruz lentamente se levantó. No para elevaros, sino para proclamar bien en alto vuestra ignominia, vuestra derrota, vuestro exterminio. 
  
Sin embargo, era el momento de cumplirse lo que Vos mismo habíais enseñado: "Cuando fuese elevado, atraeré hacia Mí a todas las criaturas" (Jn. 12, 32). En vuestra Cruz, humillado, llagado, agonizante, comenzasteis a reinar sobre la Tierra. En una visión profética, visteis a todas las almas piadosas de todos los tiempos, que venían a Vos. Visteis el recato y el pudor de las Santas Mujeres, que ahí compartían vuestro dolor y con ese alimento espiritual se santificaban. Visteis las meditaciones de San Pedro y de los Apóstoles sobre vuestra Crucifixión, visteis las meditaciones de Lino, Cleto, Clemente, Sixto, Cornelio, Cipriano, Inés, Cecilia, Anastasia, todos aquellos santos que vuestra Providencia quiso que fuesen, diariamente y en el mundo entero, mencionados durante el Sacrificio de la Misa, porque la oblación de su santidad se hizo en unión con la oblación de vuestra Crucifixión. Visteis a los misioneros benedictinos que, conduciendo vuestra Cruz por los bosques de Europa, conquistaban más tierras que las legiones romanas. Visteis a San Francisco, que del Monte Alvernio os adoraba, y oísteis la prédica de Santo Domingo. Visteis a San Ignacio ardiendo de celo por el Crucifijo, reuniendo en torno de Vos a falanges de participantes de los Ejercicios Espirituales. Visteis a los misioneros que recorrían el Nuevo Mundo para predicar vuestro Crucifijo. Visteis a Santa Teresa llorando a vuestros pies. Visteis vuestra Cruz luciendo en la corona de los Reyes. Dios mío, en la Cruz comenzó vuestra gloria, y no en la Resurrección. Vuestra desnudez es un manto real. Vuestra corona de espinas es una diadema sin precio. Vuestras llagas son vuestra púrpura. ¡Oh! Cristo Rey, cómo es verdadero consideraros en la Cruz como un Rey. ¡Pero cómo es cierto que ningún símbolo expresa mejor la autenticidad de esa realeza como la realidad histórica de vuestra desnudez, de vuestra miseria, de vuestra aparente derrota!
  
Padre Nuestro. Ave María. Gloria.

V. Ten piedad de nosotros, Señor.
R. Señor, ten piedad de nosotros.

V. Que las almas de los fieles difuntos, por la misericordia de Dios, descansen en paz.
R. Amén.
  
XIII Estación: JESÚS YACE EN LOS BRAZOS DE SU MADRE
  
V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Porque con tu santa Cruz redimiste al mundo.
  
LA REDENCIÓN se consumó. Vuestro sacrificio se hizo por entero. La Cabeza sufrió cuanto tenía que sufrir. Restaba a los miembros del cuerpo sufrir también. Junto a la Cruz estaba María. ¿Para qué decir, aunque sea una palabra, sobre lo que Ella sufrió? Parece que el propio Espíritu Santo evitó describir lo lacerante del dolor que inundaba a la Madre como reflejo del dolor que superabundó en el Hijo. Él solo dijo: "Oh vosotros, que pasáis por el camino, parad y ved si hay dolor semejante a mi dolor" (Jer. 1, 12). Sólo una palabra lo puede describir: no tuvo igual en todas las puras criaturas de Dios.
   
¡Nuestra Señora de la Piedad! Así es que el pueblo fiel invoca a Nuestra Señora cuando la contempla sentada, con el cadáver divino del Hijo en sus brazos. Piedad, porque toda Ella no es sino compasión. Compasión del Hijo. Compasión de sus hijos, porque Ella no tiene sólo un hijo. Madre de Dios, se hizo Madre de todos los hombres. Y Ella no tiene apenas compasión del Hijo, también la tiene de sus hijos. Mira hacia nuestros dolores, nuestros sufrimientos, nuestras luchas. Nos sonríe en el peligro, llora con nosotros en el dolor, alivia nuestras tristezas y santifica nuestras alegrías. Lo propio del corazón de madre es una íntima participación en todo lo que hace vibrar el corazón de sus hijos. Nuestra Señora es nuestra Madre. Ama mucho más a cada uno de nosotros individualmente, aún al más miserable y pecador, de lo que podría hacerlo el amor sumado de todas las madres del mundo por un hijo único. Persuadámonos bien de esto. Es a cada uno de nosotros. Es a mí. Sí, a mí, con todas mis miserias, mis infidelidades tan ásperamente censurables, mis indisculpables defectos. Es a mí a quien así Ella ama. Y ama con intimidad. No como una reina que, no teniendo tiempo para tomar conocimiento de la vida de cada uno de sus súbditos, acompaña apenas en líneas generales lo que ellos hacen. Ella me acompaña a mí, en todos los detalles de mi vida. Conoce mis pequeños dolores, mis pequeñas alegrías, mis pequeños deseos. No es indiferente a nada. Si supiésemos pedir, si comprendiésemos la importunidad evangélica como una virtud admirable, ¡cómo sabríamos ser minuciosamente importunos con Nuestra Señora! Y Ella nos daría en el orden de la naturaleza, y principalmente en el orden de la gracia, muchísimo más de lo que jamás osaríamos suponer.
   
¡Nuestra Señora de la Piedad! Tanto valdría, o casi, decir Nuestra Señora de la Santa Osadía. Porque, ¿qué más puede estimular la santa osadía, osadía humilde, sumisa y conformada de un miserable, que la piedad maternal inimaginable de quien todo lo tiene?
  
Padre Nuestro. Ave María. Gloria.

V. Ten piedad de nosotros, Señor.
R. Señor, ten piedad de nosotros.

V. Que las almas de los fieles difuntos, por la misericordia de Dios, descansen en paz.
R. Amén.
  
XIV Estación: JESÚS ES COLOCADO EN EL SEPULCRO
  
V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Porque con tu santa Cruz redimiste al mundo.
  
AL MISMO TIEMPO que las pesadas lajas del sepulcro velan el Cuerpo del Salvador a las miradas de todos, la Fe vacila en los pocos que habían permanecido fieles a Nuestro Señor.
   
Pero hay una lámpara que no se apaga, ni parpadea, y que sola arde plenamente, en esta oscuridad universal. Es Nuestra Señora, en cuya alma la Fe brilla tan intensamente como siempre. Ella cree. Cree por entero, sin reservas ni restricciones. Todo parece haber fracasado. Pero Ella sabe que nada fracasó. En paz, aguarda la Resurrección. Nuestra Señora resumió y compendió en Sí a la Santa Iglesia, en esos días de tan extensa deserción.
  
Nuestra Señora, protectora de la Fe. Este es el tema de la presente meditación. De la Fe y del espíritu de fe, o sea del sentido católico. Hoy, a muchos ojos, las posibilidades de restauración plena de todas las cosas según la ley y la doctrina de Nuestro Señor Jesucristo parecen tan irremediablemente sepultadas cuanto a los Apóstoles parecía irremediablemente sepultado Nuestro Señor en su sepulcro. Los que tienen devoción a Nuestra Señora reciben de Ella, sin embargo, el inestimable don del sentido católico. Y, por eso, ellos saben que todo es posible, y que la aparente inviabilidad de los más osados y extremados sueños apostólicos no impedirá una verdadera resurrección, si Dios tuviere pena del mundo y el mundo corresponde a la gracia de Dios.
   
Nuestra Señora nos enseña la perseverancia en la fe, en el sentido católico y en la virtud del apostolado intrépido –"Fides intrépida"– incluso cuando todo parece perdido. La Resurrección vendrá pronto. Felices los que supieren perseverar como Ella, y con Ella. De ellos serán las alegrías, en cierta medida las glorias del día de la Resurrección.
  
Padre Nuestro. Ave María. Gloria.

V. Ten piedad de nosotros, Señor.
R. Señor, ten piedad de nosotros.

V. Que las almas de los fieles difuntos, por la misericordia de Dios, descansen en paz.
R. Amén.